24 de diciembre de 2018

La gran superproducción

Hará cosa de unos días me levanté incómodo y bastante temprano a causa de esta ensoñación:

Alguien me había contratado para grabar una película, o un cortometraje. Inicialmente, servía como anuncio o estaba patrocinado por un supermercado, así que me dirigí al mismo supermercado y pregunté a un cajero si por casualidad no venderían trípodes, pues no disponía de ninguno. El cajero se tomó la molestia de acompañarme hasta la sección y, cuando elegí el trípode, argüí que no pagaría por él y lo devolvería al finalizar mi trabajo, cosa que no hizo ninguna gracia a los empleados. Empezaba mal la cosa.

Subí a una colina con un montón de operarios, todos con sus cámaras, y empezamos a grabar a los actores del film, a una larga distancia. Parecíamos una nube de paparazis. Primero aparecieron los buenos, que iban corriendo, y yo trataba de hacer zoom y seguir sus movimientos, pero el trípode no estaba bien colocado (a penas me había dado tiempo a extenderlo y disponía de unos largos arneses que tuve que extender en el suelo), el objetivo no era el adecuado, y, además, tenía problemas de estabilidad, enfoque e iluminación. Tras aquella escena con los buenos, llegaron los malos, vestidos con ropas del Lejano Oeste. Realizaron una coreografía con antorchas y costosos efectos especiales que a duras penas conseguí capturar. Detrás de los malos, entró en escena un ejército de zombis que atravesaban una especie de laberinto, al que los malos iban disparando. 

En esta segunda escena, unas operarias de cámara que se encontraban detrás de mí me comunicaron que la luz de la pantalla de mi cámara les molestaba, así que la apagué siguiendo sus indicaciones de presionar un botón rojo. Mi cámara no era demasiado buena y, en adición, no estaba del todo familiarizado con ella, cosa que advirtieron las operarias. Revisando las tomas que había conseguido, parecían bastante malas, pero pensaba que la inestabilidad y los desenfoques podrían atribuirse a algún tipo de intención artística. Sin embargo, miré un poco por encima las grabaciones de los demás operarios y todas eran espectaculares, nítidas y bien iluminadas, muy superiores a las mías.

Con todo, era bastante poco probable que mi trabajo no fuera a servir de nada.

Desde producción me increpaban porque, a su parecer, me habían contratado para ofrecer una calidad y unos resultados que, de momento, estaba lejos de ofrecer. Más valía que me espabilase. Alegué en mi defensa que era muy difícil grabar a los actores sin que supiera de antemano qué movimientos iban a realizar, pues no había, en aquella representación, ningún tipo de ensayo.

En aquella producción el tiempo era oro y la gente que trabajaba, muy profesional. No era el momento de dar ni pedir explicaciones.

La siguiente escena no se pudo realizar pues hubo un problema con licencias y permisos, y todo el equipo se trasladó del campo hasta la siguiente localización. Pude distinguir al director, que vestía un abrigo de cazador, e iba conversando con dos asistentes, uno a cada lado. Tomé algunas grabaciones del equipo pues, ya que las escenas habían salido mal, tenía esperanza de que mi material fuera aprovechable en algún tipo de making off.

Me preparé para la siguiente toma, en un polideportivo. Me las había arreglado para llegar antes que la nube de paparazis, lo cual podría asegurarme un buen plano. Los actores estaban preparando la escena jugando al ping-pong y me recibieron bastante molestos.

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