27 de diciembre de 2018

El viaje al centro de la tierra

Estaba con mi hermano en un supermercado, en la sección de desayunos, y compramos un montón de dulces. Envolvíamos ensaimadas en servilletas y encontrábamos algunas bandejas de cartón, embalaje que los cajeros tendrían que retirar a fin de tasar los artículos.

Fui a buscar un carro de la compra, para lo cual, di una vuelta por todo el centro comercial. Encontré carros azules, pero estos eran de otra superficie. Quise volver al coche y, para ello, descubrí un ascensor. El ascensor se activaba con una llave que, casualmente, llevaba conmigo. No era la llave original, sino una copia de plástico negro que estaba algo deteriorada, pero servía al efecto. Un mendigo me siguió hasta el ascensor, entabló conversación conmigo y tuvo intención de entrar, pero finalmente no lo hizo. 

 El interior del ascensor era plateado y dentro se encontraba una chica asiática con un vestido blanco. Yo quería subir, y ella bajar y, dado que ella había entrado antes al ascensor, tendríamos que bajar primero. El ascensor ya lo había tomado en otra ocasión, y, según recordaba, este era capaz de descender hasta el centro mismo de la tierra. Le expliqué esta particularidad a la chica asiática y ella, que estaba al corriente, me señaló en el panel un segmento que se correspondía a un océano que el ascensor atravesaba.

Recordaba que, conforme más te adentrabas en el centro de la tierra, más calor hacía y que, en las primeras plantas, poco había aparte de materiales fundidos, con lo cual visitar aquello no era muy pertinente. Lejos de quejarme del calor o mostrar mi inconformidad con aquella planta, me preocupé en definirlo como un entorno, poco humano.

 El ascensor, sobre unas vías, empezó a descender por un paisaje de montaña, lleno de árboles, bastante verde. La chica asiática bajó en su parada y yo me di cuenta de que el ascensor seguía descendiendo. El viaje hasta el centro de la tierra sería muy largo, a parte, no era allí donde quería ir. De modo que detuve el ascensor, a ver si modificaba su rumbo. Observé que algunos trenes y otros vehículos seguían al ascensor por la misma vía y, si el ascensor quedaba parado, provocaría un atasco. Esperaba que con aquella parada técnica el ascensor se hubiera reprogramado y cogiera otra vía unos metros más adelante, en un cruce de vías, pero no parecía que fuera a hacerlo.

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