Entrevista autobiográfica a
Fernando Cárcamo para Las torres de papel.
P: ¿Cuál fue tu primera vocación artística, recuerdas tus primeros
contactos con el mundo del arte?
R: Mi primera vocación artística,
o una de las primeras, fue la de actor cómico. Mi introversión y mala memoria
para los guiones me apartaron de esa profesión. La primera educación que recibí
fue bastante severa, pero debo agradecer a ella el contacto con el teatro.
Dentro del programa educativo, hacer teatro constituía un verdadero recreo y
creo que significó un aporte de valiosas enseñanzas.
En clase leíamos el guion y una
vez asignados los papeles, ensayábamos. Ya desde muy pequeño mostré cualidades
para la lectura, también era bastante payaso, esto me concedía cierta ventaja
sobre mis competidores. Recuerdo que interpretamos, entre otras, la obra El inspector de Nikolai Gógol. Dar vida
a un texto, recitarlo, es una gran experiencia. Creo que el teatro contiene un
gran atractivo y se descuida su enorme potencial en la educación para acercar a
los jóvenes al mundo de las letras. El teatro puede hacer ver a la gente que la
palabra no es algo muerto, ni cosa del pasado, sino un elemento vivo y, hasta
cierto punto, libre de ser interpretado. También el hecho de establecer una
rutina, de interactuar con otros actores, de proyectarlo todo hacia una
representación final con un público… desentraña mucho de la práctica artística,
aplicable prácticamente en todos sus campos.
Recuerdo con gran cariño los
concursos de literatura. Gané la mayoría de ellos y eso me daba acceso a leer
mi obra delante de padres, alumnos y profesores. Incluso delante del director
del centro, la máxima figura de autoridad que generaba respeto y temor a partes
iguales.
El último premio que gané quizás merece
relatarlo. Nos habían encargado un texto para el concurso y el ganador sería elegido
mediante votación popular. Alguno de mis compañeros, de no incurrir en el
plagio de una obra ya preexistente, había escrito una propuesta seguramente
mejor que la mía. Sospecho que el profesor era de esta opinión. Sin embargo, el
hecho de ser el favorito en ediciones anteriores y conectar con la gente a
través del sentido del humor me otorgó el galardón. La obra había que
encuadernarla y pasarla a limpio, y la noche anterior a su lectura pública tuve
un acceso de creatividad y miedo porque no fuera suficientemente buena, de modo
que la reescribí prácticamente, no sé si mejorándola, pero desde luego con pánico
a que el jurado advirtiese que esa no era, ni mucho menos, la obra original. La
presión de su estreno me motivaba a hacerlo lo mejor posible y de ahí puedes
extraer que cuando piensas en quien va a escucharte, puedes sentirte al igual
que intimidado, resuelto a ofrecer aquello que consideras valioso, instructivo,
provocador o interesante. La respuesta es un elemento troncal dentro de lo que
es el arte, muchas veces una pura conversación. Había notado que, si la lectura
se repetía, los chistes no provocaban tanta carcajada, de modo que tuve que
incluir nuevos gags y pulir los viejos. Creo que el texto, en sí, era bastante
desordenado y la línea argumental la he olvidado por completo. En las fases de
clasificación la gente se había reído bastante, pero el día de su presentación
no conseguí ninguna respuesta favorable, salvo el obligado y quizá inmerecido aplauso
final. Sentí que había aburrido al público con mis ingeniosas tonterías y traté
posteriormente de aclarar este episodio con multitud de reflexiones, ninguna de
las cuales me aportó nada valioso.
Por circunstancias personales, mi
madre sentía que ella no había tenido acceso a muchas oportunidades dentro del
mundo de la educación, de tal modo que procuró que su hijo estuviera en
contacto con el conocimiento. Fue ella la que me llevó hasta la biblioteca, la
que me inscribió en clases de piano o de pintura que luego, inmediatamente,
quería abandonar.
P: Y después vino el dibujo.
R: Así es. No sé si después o al
mismo tiempo. Un contacto tan estrecho con la literatura me llevó,
inicialmente, a la vertiente más literaria del dibujo: el cómic. También aquí
la perspectiva humorística era una herramienta muy valiosa. Entre todos los
libros que por entonces caían en mis manos, conocí las publicaciones del TBO,
de Jan y, por descontado, de Ibáñez, al que yo llamaba Fibáñez. Mis historietas no eran buenas ni interesantes, ni siquiera
estaban bien organizadas, pero me permitían materializar pensamientos y pasar
bastantes horas entretenido, absorto en la creación. De Fibáñez aprendí a dibujar sin parar, independientemente de
conseguir la excelencia en el resultado. En las clases escolares dedicaba más
tiempo al dibujo que a la labor de atender y los profesores me permitían
dibujar hasta cierto punto, porque si no, acababa boicoteando su duro trabajo.
Prefería estar encerrado en mi cuarto en compañía de mis bolígrafos y lapiceros
en vez de en la calle, jugando con otros niños. El arte, mis personajes, era mi
juego, mi pasatiempo, mi diversión. Vivir vidas ficticias e imposibles me
proporcionaba mayor satisfacción que cualquier otra cosa en el mundo real. Por
entonces no pensaba en que aquello que realizaba tuviera un alto valor más allá
del que yo pudiera otorgarle. Aquí el público, la respuesta, no era tan
importante como en el caso anterior que he comentado. Disfrutaba mucho creando
nueva obra, pero también lo hacía revisando obra vieja. Gracias a esta revisión
accedía a retrospectivas y tiempos pasados, me fascinaba como todo el tiempo
era resumido en unos trazos a los que podía retornar en cualquier momento. Asimismo,
me preocupaba la tremenda descompensación que había, pues una semana de
esfuerzo constante y prolongado (aun divertido), podía quedar reducida a una
mera página que amarilleaba y no valía demasiado. Ya desde entonces, trabajaba
sobre soportes y con materiales poco nobles, otorgándole un inconmensurable
valor al contenido y no a las formas, práctica que ha sido constante en mis
dedicaciones posteriores como a la hora de presentar mis trabajos sin encuadernar
y con una grapa, o a la hora de hacer fotografías con un móvil de escasa
resolución.
Esta etapa de autosuficiencia y
ensimismamiento tenía poco recorrido. Constantemente acudían a mí
preocupaciones, hasta cierto punto absurdas como, ¿es esto realmente bueno? ¿merece la pena?... E idealizaba un
estreno, una representación, en la cual la gente revisara mis trabajos y
quedasen absolutamente maravillados. Guardaba celosamente mis gruesos tomos de
dibujos confiando en que algún día, seguramente, sería considerado uno de los
grandes artistas de la historia universal. Sin embargo, comparándome con otros
artistas, encontraba mi obra bastante inferior. Sospechaba que mi producción
era demasiado personal e introspectiva, absurda e intrascendente, cándida, que
a nadie interesaría entonces, que carecía de valor, por lo tanto. Pero mientras
yo estuviera contento con ella, lo demás no trascendía demasiado, y me cerraba
constantemente a recibir aportaciones o referencias externas, confiando en que,
con años y años de trabajo e investigación constante, llegaría a mejorar mi
arte y a fuerza de dar vueltas en círculos hacia el interior, encontraría
verdades increíbles que nunca en la historia se hubieran revelado.
En algún momento se produjo un
punto de inflexión. Fue hacia el año 1997, concretamente, cuando contaba con 14
años. Tuve un deseo de abandonar mi línea impulsiva y cómica y realizar obras
más ambiciosas y trascendentes, más
serias, que merecieran ser recordadas y aportasen algo a una visión del
espectador. Hombre y naturaleza fue
la primera obra que inauguró un nuevo periodo del que no me quería ruborizar.
Como no podía ser de otra manera, esta obra fundacional tenía mucho de cómic, y
volví avergonzado sobre ella, años atrás, embadurnándola de tinta para que los
futuros descubridores no pensaran que era la obra ingenua e inexperta de un
niño. La evolución pasó por abandonar la historieta gráfica y centrarme en
dibujos más elaborados, con una gran carga conceptual, en un principio
filosófica. Más o menos por entonces decidí convertirme en algo así como un dibujante profesional, sea lo que fuera
eso, con lo cual ya tenía una meta, un objetivo e incluso una razón de vivir.
Veía claramente mi futuro dibujando e imaginaba que alguien, algún día, pagaría
sumas desorbitadas por mis trabajos. Pero eso no era compatible con mi deseo de
conservarlos todos en propiedad. Sin duda alguna pensaba que el dinero que me
pudieran ofrecer por mis obras, nunca llegaría a compensar el valor que yo les
otorgaba en el momento presente.
P: ¿Qué pasaba con la música entonces?
R: Como ya he comentado en otros
coloquios, inicialmente la música no tenía para mí la proyección que tenía el
dibujo. Ir a clases de piano suponía entonces una pesada obligación y la única
faceta que me interesaba era la de componer, pero en la escuela no podía
desarrollarla. Me habían metido en la cabeza que para ser pianista necesitaba
estudiar mucho, demasiado. Tenía que significar, a la fuerza, un sacrificio
desmedido y tedioso. Además de estudiar mucho, tenía que ser un genio en la
música, tener unas dotes excepcionales a la manera de Mozart prácticamente, y
eso, estaba visto, no era así. Hubo un tiempo en que tenía un amigo que por
entonces estaba convencido que iba a ser profesional en el mundo del tenis. Él se
veía algún día jugando en las grandes ligas de la misma manera que me veía a mí
como un prestigioso y aclamado pianista de concierto. Era perfectamente lógico.
A mí me seducía esa idea, pero la creía muy lejana e irrealizable, de manera
que tendía a rechazarla. Por lo que sé, mi amigo sufrió una terrible enfermedad
con varias operaciones quirúrgicas en una pierna, hecho que con toda seguridad
lo alejaría de su sueño. El resto de mis amigos, por entonces, tenían más o
menos claro su futuro y yo en cambio contaba con mi quimérica idea de ser
dibujante, idea que no compartía con nadie porque sospechaba no era muy buena y,
en adición, la gente no iba a acogerla bien. Tampoco sabía muy bien, cómo,
concretamente, esta iba a materializarse algún día.
En otras entrevistas y
testimonios siempre he hablado mal de la escuela de música, pero en esta
ocasión quiero resaltar aspectos positivos, que también los hubo. Tras la
primera profesora de piano que tuve, persona que durante muchos años desvió mi
atención artística, cursé mis últimos años con un profesor bastante distinto y
motivador. No sé cómo algunos de mis dibujos cayeron en sus manos, el caso es
que me transmitió su admiración por ellos, y decidió hacer una exposición de mi
obra. Yo no me consideraba preparado para mostrarme al público, tenía
demasiadas dudas e inseguridades, pero el público terminó acogiendo bien mi
propuesta. En adición, desconfiaba tremendamente de lo que la escuela de música
pudiera ofrecerme pues, hasta la fecha, no habían sido más que situaciones
incómodas.
En un tablón de opiniones la
gente dejó mensajes de todo tipo y yo guardé aquello como un tesoro. Anduve muy
nervioso aquellos días y con el fin de no ilusionarme demasiado, de protegerme,
me mostré bastante cerrado y taciturno. Todo aquello me venía demasiado grande,
mi obra expuesta, mi biografía y nombre en fotocopias… era un verdadero
impacto, pero también, al mismo tiempo, la materialización de mi sueño. Así
pues, pensaba algo así como ¿esto es
todo? Un poco decepcionado, al tiempo que vivía expectante con las evoluciones
de la exposición. Me sentí muy agradecido con aquel profesor y cuando toda la
vorágine pasó, creo que todavía me sentí más. No lo supe expresar en su momento,
por lo que he explicado, y al cabo de los años volví al auditorio con el fin de
agradecer a este hombre aquella oportunidad, me sentía en deuda. No obstante, no
conseguí localizarle.
Continué mis estudios con
bastantes altibajos, preparando el acceso a Bellas Artes y abandonando la
música. Realmente acceder a aquella carrera significaba una vía material de
lograr mis aspiraciones, pero llevaba mucho tiempo desconfiando del sistema
educativo. Intentar acceder al conservatorio sin conseguirlo fue un duro golpe,
el último de todos los que la dichosa música me había asestado. Yo no quería ni
oír hablar del piano y temía que Bellas Artes fuera a convertirse en otra
escuela de música, es decir, algo que en pos de instruirme me alejara de mis
pasiones.
P: Te matriculaste en Filosofía.
R: Mi año en Filosofía fue muy
tormentoso. En aquella época había sido sometido a muchas presiones. No solo
pesaba mi frustrado acceso de terminar la carrera musical o los muchos colegios
de los que fui expulsado. Cuando conseguí el pase a la universidad, me presenté
a las pruebas de acceso de Bellas Artes, fracasando en mi primera tentativa.
Había muchísimos candidatos y el corte era muy difícil de superar. Hubiera
abandonado todo, pero mi padre me persuadió para que insistiera y, a fin de no
perder el año, me aconsejó matricularme en otra carrera. Yo elegí Filosofía
porque era una materia que me interesaba, pero no tenía mucha preparación y me
había incorporado con el curso ya bastante avanzado. En suma, la universidad no
era, ni mucho menos, lo que esperaba.
La segunda vez que realicé la
prueba de acceso a Bellas Artes conseguí el dichoso APTO. Sin embargo, como
contaba con una media pésima del bachillerato y selectividad, no había sitio
para mí en la facultad. En el momento de recibir aquella funesta noticia la
funcionaria del vicerrectorado me informó de la existencia de una facultad de
Bellas Artes en Aranjuez. Aranjuez estaba bastante lejos prácticamente de
cualquier parte, en los confines de la Comunidad de Madrid, nadie sabía que
existía aquello, pero allí podría realizar mis estudios a pesar de que el
trayecto en transporte público me llevara cuatro horas de viaje todos los días.
Yo estaba dispuesto a hacer cuatro horas u ocho, en pos de cumplir mi sueño. Resulta
curioso que sin esta funcionaria a la que solo vi una vez en mi vida durante
algunos minutos, mi vida hubiera sido muy distinta.
P. Ingresaste en Bellas Artes entonces, cumpliste con tu sueño.
R: Podría escribirse así en un
guion de Hollywood, pero no fue exactamente así. Obtener aquel título, de
alguna forma, significaría que la sociedad entonces me reconocería como
artista. Esta idea es completamente equivocada pues muy pocos artistas han
estudiado Bellas Artes, un título no avala tus conocimientos… realmente ser
licenciado en esta materia te aporta muy pocas cosas en la práctica diaria. Lo
que importa, a fin de cuentas, es que implicó un paso significativo y una meta
que, esta vez sí, conseguiría realizar con éxito.
Al igual que en el capítulo de la
escuela de música, podría referir muchas cosas negativas sobre la enseñanza,
pero quiero destacar que gracias a mi ingreso en la facultad conseguí
reconciliarme con la música. Ya por entonces era un gran dibujante mas aquel
camino había dejado de interesarme. Tampoco todo lo que aprendí en academias de
arte a fin de realizar el ingreso, sirvió de algo. En la facultad toqué en un
grupo de música y esto me aportó tan buenas sensaciones que me impulsaron a
desarrollar mi propia producción musical con el uso de nuevas tecnologías. El viaje de Antonio también ayudó mucho
a que adquiriera confianza en mis posibilidades. Trabajé bastante y con
constancia, en el año 2009 recibí mi licenciatura y en el 2011 fundé la
Orquesta Arrecife. Con los años mi música empezó a ser solicitada por video
creadores muy diversos y diferentes. Más allá de lo que pudiera retribuirme
económicamente, había encontrado una meta, una utilidad, un lugar en el mundo y
una materia en la que explorar y evolucionar constantemente, fuera de
convencionalismos, dogmas, complejos y ataduras. Hoy en día es una de las pocas
cosas que me hacen vivir con ilusión. No sé si en el futuro seguiré
desarrollando esta disciplina, pero hoy por hoy, a nivel profesional y
personal, es de lo que más me satisface.
P: Quedaría, por último, hablar de tu faceta literaria más allá de sus
comienzos.
R: No solo fui una persona muy
imaginativa, solitaria y rebelde, también un voraz lector. Esto me llevó,
inevitablemente, a escribir. Cuando tenía 17 años, más o menos, empecé a
hacerlo con algún tipo de proyección. Creo que la escritura no es tanto una
obra artística definitiva como una necesidad bastante práctica de ordenar tus
ideas, de viajar a placer en el tiempo, de concebir cuanto se te antoje... La
escritura tiene un punto de inmediatez y claridad que es menos sensible en el
dibujo o la música. Al menos, no del mismo modo. A día de hoy puedo proclamar
con orgullo que tengo tres obras importantes
publicadas. Me han llevado mucho trabajo y cuando he estado inmerso en ellas ha
sido lo mismo que cuando estuve haciendo dibujos o cuando compongo un tema
musical apasionante. Sin embargo, no las veo potencial para ser bien recibidas.
No sé si es que su público no existe o es muy minoritario, si mi trabajo
adolece de fallos imperdonables… están ahí, porque para mí son una necesidad y
un reto, pero no creo que vayan a prosperar mucho.