Recibía clases en una especie de nave abandonada en los
márgenes de la costa. En uno de los recreos, empezaba a caminar por las rocas
de la playa. Cada vez quedaban menos rocas sobre las que caminar porque la
marea iba subiendo. Tuve que acercarme hasta una zona hotelera, con playas
artificiales y acantilados blancos que empecé a escalar, sintiendo vértigo y
que me faltaba la respiración. En uno de los acantilados encontré un barco de
juguete con una forma muy extraña, plana y alargada, era -por lo visto- un
barco destinado al transporte de verduras. Intenté ponerlo a flote y creo que
lo conseguí, al menos parcialmente.
Con el tiempo, los acantilados blancos se convirtieron en una pista de nieve y pronto estuve ocupado en diseñar un trineo para una competición donde en vez de bajar una ladera, había que remontarla. Tomé medidas y puse muelles encima de unos esquíes para amortiguar los impactos. En el trineo coloqué algunos muñecos y algo de marihuana. A medida que el trineo fue ascendiendo por la ladera, este se fue deshaciendo y desmembrando, dejando tras de sí un surco de grasa, como si en vez de un trineo fuera un bocadillo. Los muñecos quedaron bastante accidentados -uno perdió una pierna- y la marihuana fue desapareciendo. Cuando el trineo no avanzaba más, enarbolamos una bandera en la pista de nieve, con motivo de señalar su marca.
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