Soñé que realizaba un cortometraje que daba comienzo con una animación. Uno de los personajes llevaba puesto un vestido rojo muy vivo, intenso, similar al color de algunas flores llamativas. El vestido se fue decolorando, pudriéndose, y tuvimos problemas para reproducir aquel color rojo tan fantástico, así que lo sustituimos por un azul eléctrico, con toques de violeta, también muy vistoso.
La siguiente toma estuvo ubicada en una habitación con una cristalera a través de la cual entraban los últimos rayos anaranjados del sol de la tarde. Había conseguido hacerme con un sobre lleno de documentos en árabe sobre la muerte de una chica en un atentado. Junto a los papeles, en el sobre, había también unas rosas envueltas en plástico.
Los documentos presentaban diferentes formatos, algunos eran de aspecto burocrático, otros se asimilaban más a un emotivo y fúnebre panegírico. Los dispuse todos cuidadosamente sobre un escritorio-cama, añadiendo algunos útiles de escritura, junto con las rosas.
En aquella pequeña habitación había demasiado personal de rodaje, tomé algunos planos, uno especialmente interesante con las cortinas de la ventana meciéndose con el viento. Sin embargo, ninguna toma resultaba buena porque siempre se colaba alguien por algún lugar del plano.
La luz se estaba desvaneciendo y me iba desesperando pues aquel era el último día de rodaje y aunque toda aquella gente estaba trabajando conmigo y tratándome de ayudar, en realidad estaban arruinando el corto. Los papeles de la mesa se descolocaban, temía que alguno se perdiera y las rosas quedaron aplastadas. Enfurecido, me puse a blasfemar y obligué a todo el personal abandonar el plató.
Cuando conseguí algunos planos de la mesa con los papeles, me puse a grabar la última toma del corto. Utilicé un gran objetivo para captar los márgenes de la costa selvática que se divisaba desde la habitación, rodeada de montañas. Fui ejecutando un trávelin desde las alturas de aquella habitación, pero a la mitad del recorrido iba cegándome con los reflejos del sol sobre las aguas, obligándome a apartar la vista del objetivo. Entró entonces un amigo a ayudarme con la grabación, tomó la cámara, y utilizó una lente de color violeta, supongo que para tamizar aquella luz blanca cegadora.
En un principio le dejé hacer, pero luego vi que el resultado era pésimo y me volví a enfurecer. Estaba mi amigo trajinando con la cámara cuando un meteorito impactó sobre una de las montañas. Maldecí de nuevo, pues aquel importante cataclismo no había quedado grabado. Agarré la cámara y enfoqué a la montaña, de donde salía despedido un espeso humo negro. La onda expansiva del meteorito (que en realidad era otro atentado de autoría islámica) no tardaría en alcanzarnos, de tal modo que cerré la ventana para que el agua y la tierra no entrase en la habitación, donde todo estaba limpio y ordenado, dispuesto para el rodaje.
Pero mi hermano había dejado otra ventana abierta y la habitación comenzó a quedar abnegada. Discutí inútilmente con mi hermano y finalmente opté por cerrar su ventana. La habitación iba sumergiéndose en el agua, pronto no quedaría mucho oxígeno en su interior. Me mantenía preocupado por preservar la cámara y su contenido a salvo en una frágil bolsa de plástico.
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