29 de noviembre de 2019

El barco restaurante

Me encontraba en un centro comercial con mi novia, e iban a cerrar. Lo habíamos recorrido y encontrado en él algunos muebles: pequeños asientos y cofres tapizados. Adiviné que aquellos muebles estaban fabricados por los dueños de las tiendas porque así serían más baratos en relación con otros que comprasen y más caros de vender. En nuestro camino buscando la salida, me puse a orinar en unas escaleras, confiando en que nadie me viera, cosa que terminó sucediendo. 

Fuimos ascendiendo por unas largas escaleras mecánicas hasta dar con un parque rodeado por un río. Íbamos en busca de un puente para atravesarlo y en uno de los márgenes nos encontramos con unas cinco o siete turistas japonesas. Tras el puente que cruzamos, encontramos dos restaurantes chinos y uno italiano, los tres en grandes barcos.

A la entrada del restaurante italiano, había un cartel que informaba que visitarlo era gratis, no así comer allí. En nuestra visita, gratis, descubrimos unas señoras que, pese a que la calidad del producto parecía buena, no estaban demasiado conformes con una especie de carne seca, que acompañaban con queso blanco y fresco. Probamos la carne y parecía aceptable. Temíamos que nos viesen como unos aprovechados, de otro lado. 

En una casa grande, había una chimenea encendida y esta empezaba a exhalar un montón de humo. Para evitar el humo, abría las ventanas. Un niño y yo preparábamos la comida a su padre y el mío. Intentábamos poner en marcha una suerte de cortacésped, derramando un montón de gasolina por el suelo. Finalmente, me dedicaba a regar las plantas del jardín. Se trataba de largas hileras de cactus y mi padre me advertía que no era preciso regarlas en exceso.

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