Fuimos ascendiendo por unas largas escaleras mecánicas hasta dar con un parque rodeado por un río. Íbamos en busca de un puente para atravesarlo y en uno de los márgenes nos encontramos con unas cinco o siete turistas japonesas. Tras el puente que cruzamos, encontramos dos restaurantes chinos y uno italiano, los tres en grandes barcos.
A la entrada del restaurante italiano, había un cartel
que informaba que visitarlo era gratis, no así comer allí. En nuestra visita,
gratis, descubrimos unas señoras que, pese a que la calidad del producto
parecía buena, no estaban demasiado conformes con una especie de carne seca,
que acompañaban con queso blanco y fresco. Probamos la carne y parecía
aceptable. Temíamos que nos viesen como unos aprovechados, de otro lado.
En una casa grande, había una chimenea encendida y esta empezaba a exhalar un montón de humo. Para evitar el humo, abría las ventanas. Un niño y yo preparábamos la comida a su padre y el mío. Intentábamos poner en marcha una suerte de cortacésped, derramando un montón de gasolina por el suelo. Finalmente, me dedicaba a regar las plantas del jardín. Se trataba de largas hileras de cactus y mi padre me advertía que no era preciso regarlas en exceso.