3 de diciembre de 2015

El museo

Recibí un tuit de un conocido diciendo que estaba orgulloso de escuchar mi música en la exposición de un museo. Al instante, ojeé un catálogo antiguo con algunas pinturas que no me gustaron demasiado. Según parece, me atribuían la autoría de las mismas.

Decidí visitar el museo, a fin de ver la exposición, y lo hice en compañía de una amiga. Escogí un día que no hubiera mucho público y pensaba, en suma, en ir de incógnito. Nos colamos por una puerta, subimos gracias a un ascensor, y en la primera planta pudimos ver algunos cuadros. Al poco rato se personó el comisario. Argumentamos que ya nos íbamos del museo.

En la calle había un piano y mi amiga y yo nos pusimos a tocar. El piano se plegaba y tenía un registro donde abundaban los graves, las teclas negras estaban a la misma altura que las blancas. Un mendigo que estaba sentado cerca intervenía de vez en cuando.

De vuelta a casa, contesté el tuit del conocido, señalando que aquellas pinturas no las había ejecutado yo, entonces los del museo me respondieron que, al no conocer el autor, podrían atribuírmelas y de este modo ganaría dinero con los derechos. Quedé pensando para qué había ido al museo de incógnito si todo, finalmente, se había solucionado de forma telemática.

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