5 de octubre de 2011

Gatos azules



No todos decimos lo que pensamos, ni, por supuesto, pensamos lo que decimos. La redacción de este texto evidencia la segunda cuestión. Respecto a la primera, podemos referirnos a lo pensado a sabiendas que lo dicho no es el pensamiento en sí. Las palabras traducen el pensamiento, son un reflejo más o menos burdo de él. Pueden, las palabras, reglamentar lo que pensamos o también pueden confundirnos en la misma proporción.

Aunque prácticamente todo se pueda nombrar esto no es garantía de que algunos de nuestros pensamientos puedan comunicarse con absoluta eficiencia. De la misma manera que lo que llamamos mundo es una discriminación pensada, las palabras son un resumen de nuestro interior. Un compendio más o menos fiel pero en ningún caso exacto.

Lo mismo creo yo que ahora estoy diciendo lo que realmente pienso pero sólo sería sincero si afirmase que digo una parte de lo que pienso. Así, está presente cierta censura y aunque me limitase a escribir de forma automática me demoraría demasiado en tratar de recoger matices infinitos e infinitamente particulares junto con motivos oscuros y subconscientes, algunos de los cuales ni yo mismo conozco ni, por descontado, alcanzaré nunca a nombrar.

A medida que avanzo en el proceso narrativo constantemente me pregunto ¿Cómo proseguiré con este texto? ¿lo leerá alguien? ¿no sería buena idea acaso titularlo Gatos azules? Y con posterioridad reflexiono del siguiente modo:

No, en realidad estaba pensando en un gato mientras escribía una cosa distinta. Si hubiera dicho en el momento en que pensaba en el gato cómo era el gato, qué hacía el gato o por qué ese gato me recordaba algo que no alcanzo a identificar posiblemente sí hubiera cumplido la norma.

Pero el gato en el que pensaba no tenía ni cuatro patas ni cuatro letras. No era una imagen nítida ni tampoco una noción vaga. En realidad se trató de una meditación a la que con posterioridad llamé gato, algo muy difícil de expresar por su carácter sensacional. Asistí hace escasos minutos como espectador abonado al palco de su equipo a la narración arbitraria de mis propias cavilaciones mientras enunciaba algo que me falsificaba.

¿Y qué es lo que verdaderamente pienso, aquello que me identifica, que me otorga sentido? Me pregunto enredándome en palabras innecesarias que me llevarán innecesariamente a otras palabras.

Señor del público – Pues hombre, si no lo sabes ni tú…

No hay comentarios: