30 de junio de 2008
29 de junio de 2008
Lo que no es y parece ser
«[…] unas cosas hay que ni son ni lo parecen, y esa es ya necedad: que aunque no sea de ley, procure parecerlo; otras hay que son y lo parecen, y esto no es mucho; otras que son y no parecen, y esta es la suma necedad. Pero el gran primor es no ser y parecerlo, eso sí que es saber».
[Gracián, Baltasar. El criticón].
24 de junio de 2008
22 de junio de 2008
17 de junio de 2008
Recomendaciones morales para pasar la página (1)
(1) Pasar la página y no pasar página, especificamos que no queremos hacer referencia a esa común expresión mediante la cual se alude al cierre de un capítulo lamentable.
No es nuestra intención subestimar la aguda inteligencia del lector hasta este extremo. Imaginamos que si en estos momentos se encuentra en el presente parágrafo es que, además de haber abierto el libro, ha pasado la página mas reflexionen por unos minutos: ¿la han pasado de forma conveniente? Al margen, por descontado, de si era conveniente pasar la página ¿podían haber pasado la página de forma mejor? Cada quien tiene un modo personal e intransferible de pasar la página, esto es claro, pero el hecho de pasar la página evidencia que ya se es víctima de algún tipo de convención. Dado que no pretendemos excedernos en la libresca inutilidad jactanciosa y preambular, ofreceremos una serie de consejos útiles fundamentados en la experiencia personal a fin de hacer del lector un ser menos contemporáneo:
1. Es conveniente, por comodidad, dirigirse siempre a la parte superior o inferior del margen derecho para volver la página, ya que los ángulos del libro ofrecen mayor agarre y seguridad -mayor tacto, digamos- que la zona central.
1. Es conveniente, por comodidad, dirigirse siempre a la parte superior o inferior del margen derecho para volver la página, ya que los ángulos del libro ofrecen mayor agarre y seguridad -mayor tacto, digamos- que la zona central.
2. Si se opta por volver una página desde la zona central se advertirá prontamente que el libro sufre mayor deterioro: las posibilidades, aun bastante remotas (depende, claro, del estado del libro y del estado del lector) de rasgar la página se incrementan y, en suma, existe cierta tendencia a volver las páginas arrastrando cualquier falange sobre la cara primera, impregnando con mayor facilidad el papel de sudor, grasa o incluso saliva si uno previamente ha humedecido la yema de su dedo (aquí hablamos de segregaciones corporales pero ello no excluye que los dedos pudieran estar impregnados de otras sustancias).
3. Sobre la práctica de humedecer los dedos calificarla de muy poco cívica y educada. Sabemos de la mejor adherencia y facilidad de volver la página con el dedo humedecido pero ello no origina sino un deterioro del libro y un gasto adicional de saliva.
4. Se recomienda el uso de las siguientes falanges: pulgar, índice y corazón. El anular, como su propio nombre indica, sirve para llevar anillos, en cuanto al meñique, constituye la falange más despreciable de las cinco.
5. En caso de que se quiera realizar una lectura rápida, descuidada… en caso, decimos, de que se quiera buscar, por poner, un pasaje concreto… se puede recurrir al uso de la zona central, manteniendo el pulgar sobre el canto de las páginas y dejando que éstas se deslicen suavemente según la presión ejercida.
6. La falta de costumbre da pie a que a la hora de volver las páginas en el orden menos habitual (no de izquierda a derecha sino de derecha a izquierda), es decir, a la hora de volver sobre las páginas, se cometan con mayor frecuencia toda clase de errores del tipo ya indicados.
7. Se recomienda, asimismo, hacer uso de la inteligencia (esto no sólo a la hora de volver una página) y evitar en la medida de lo posible el marcar una página doblándola, insertando un marca-páginas de grosor inadecuado, o subrayar, garabatear, anotar, escribir… sobre el libro, amén de otras prácticas de índole diversa y/o conferir al libro unos usos que no le son propios.
[El salvador del país de las musarñas. Pág. 2].
La traición del lenguaje
Las palabras crean sus propios lugares, sus propias situaciones y tratándose de tan limitados medios, no nos cabe esperar de ellas grandes alzamientos. La más bella descripción jamás leída, así leída, nos haría estremecernos de risa por su insultante simplicidad estructural, mero resultado de operaciones tan simples como lo son la gramática y la sintaxis. Ahora bien, la palabra, como su estructura, no es más que un vaso vacío más o menos ornamentado. Un discurso jamás es verdadero, sí podrá serlo en cambio su sentido. Podemos beber un vino excelente, que su excelencia será idéntica en un vaso reducido a su llana forma utilitaria que en otro vaso abigarrado de bellísimos bajorrelieves. Palabras, las justas, suficientes para que contengan vino y para evitar distraer nuestra degustación en su tallado. En este vaso que es la palabra se precipita el sentido, la palabra es una llave que debe abrir la misma puerta que el intelecto cerró no sin antes dejar al forastero la custodia de la llave. Hablamos, una vez más, de sentido, de significado, de ideas, y no de palabras, de estructuras, de significantes. Por esta razón es correcto enunciar que jamás se dice lo que se piensa, ni lo que se siente, por mucho que se deba siempre decir. Es claro que se dice una cosa distinta, otra cosa, y si da la casualidad de que esa palabra está en nuestro idioma, abrimos la puerta entonces, como en el cuento árabe. No sólo las palabras son simples simbolizaciones, también se hallan erosionadas de continuo por mil millones de lenguas y de plumas. Hay cierta ocasionalidad en los conceptos, es incontestable. Los conceptos son generalidades polivalentes que se refieren a algo determinado en cada ocasión. En la esfera objetual, material, la inestabilidad de los conceptos parte de la misma inestabilidad adyacente en los objetos sobre los que se aplican mientras que, en el ratio intelectual, ideal, podríamos decir que los conceptos siempre evocan un significado más o menos distinto dada la dispar penetración, apreciación… de las mentes sobre su entramado. No hay tantísimas palabras como sentidos y, en suma, somos tacaños en el uso de la palabra. En ese mar caótico de usos, dificultades y voluntades que es la comunicación con los demás, con uno mismo, se trata de utilizar, como es lógico, la palabra apropiada que más prontamente abra la puerta a la intelección. Porque faltan palabras, porque somos tacaños con ellas y, por extensión, con quien nos escucha; porque en las más grandes palabras están volcados los más grandes sentidos, decimos unas palabras por otras perdiendo en el camino una complejidad infinita de reflexiones. Tan dura es la traición a la que el lenguaje nos somete que al final sólo el escritor sabrá usar correctamente todas y cada una de las llaves que él mismo pulimentó y, así todo, estas llaves se oxidarán y hasta el mismo escritor encontrará, conforme el tiempo transcurra, mayores dificultades a la hora de abrir las puertas.
3 de junio de 2008
ARCO 07
Aunque no apareciera en ningún catálogo, esta obra estuvo presente en ARCO 07. Tengo la satisfacción de poder incluir entre mis prácticas curriculares esta exposición en un circuito tan prestigioso. La obra de arte móvil entronca con planteamientos de André Cadere quien defiende el estar aquí, el adueñarse de un espacio. En cualquier caso, me ha fascinado la relación que Cadere establece con el objeto artístico, esto es, como algo que lleva consigo y que, llegado el caso, coloca cuidadosamente. Cadere, aunque no fuera invitado a las exposiciones, hacía acto de presencia con sus Barres de Bois y nosotros hicimos lo mismo en la feria con un cono de obra.
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