Siempre me han fascinado los mitos de la Grecia clásica y a
veces me había rondado la cabeza hacer algo con ellos. Tenía claro que con
fines académicos quería dibujar y relacionarme con los mitos, pero todo eran
vaguedades e irresoluciones. En cuanto me puse a dibujar mitos tuve la
sensación de que estaba componiendo unos versos geniales, pero no me estaba
trabajando a la señora. Tanto que me interesaban los mitos… qué hacía
pintándolos en vez de narrarlos. Supuse que la pervivencia del mito no se
asegura mediante la existencia de Las
hilanderas sino más bien en favor de la tradición oral y escrita de la
fábula de Aracne.
El hecho de que la cosmogonía haya desaparecido en gran
parte de nuestro imaginario, de otro lado, convertía mi labor en un trasunto de
relicario. Antes de recrearme en un mito debía, primeramente, informar a mi
audiencia sobre la existencia de ese mito. Durante el periodo de investigación
me aburrí de ver ejemplos de lo que podría ser un arte mitológico, desde
la antigua Grecia hasta nuestra más reciente actualidad. Tanto me aburrí que
decidí aburrir a mis compañeros con una exposición sobre toda aquella
literatura en la que, de paso, llevé a cabo el experimento de contar mitos.
Aquello me hizo pensar, era fabuloso que el mito fuera un relato ahistórico,
esto es, que pasara de boca en boca.
Siempre he asociado la idea de cultura a la de saber libre y
desinteresado y por eso la idea de actuar en el espacio público me parecía
inevitable. Y mi idea del espacio público era distinta a la del espacio que
podría encontrar en una ciudad como Madrid. Internet es un espacio abierto y se
construyó sobre la idea de libre intercambio, con lo cual, también podía ser a
priori uno de los lugares de acción. Pero internet también era otra cosa
distinta a lo que en un principio se pensó que sería. Estaba también el anonimato;
consideraba requisito indispensable que la autoría de la obra renunciara al planteamiento
clásico de la firma.
En fin, eran convicciones e ideas que me asaltaban revueltas
y confundidas pero que no lograban materializar.
Barajé todas las posibilidades de contar un mito, desde hacerlo
en una plaza pasando por Internet o el teléfono hasta llegar a las cartas. En
cuanto a la plaza, iba a ser muy difícil no diluirse en medio del caos de la
urbe. Salvo que me vistiera de antiguo griego y me subiera al corner street
el acto corría el riesgo de pasar inadvertido o en convertirse, meramente, en
una excentricidad más, ahogada por la excéntrica normalidad de la urbe. Tocante
al teléfono, la idea era muy seductora. Alguien anónimo recibiría mi llamada
(también anónima, recordemos) y acto seguido me entretendría en la narración de
un mito. Necesitaba que la acción quedase documentada y en el caso del teléfono
parecía difícil grabar el registro de voz. La carta parecía ser el medio más
adecuado, conservaba cierto aspecto bucólico y se prestaba a un desarrollo
mayor.
Una compañera, en la exposición del proyecto, me sugirió que
acaso podía fragmentar los relatos de tal forma que dejase al oyente con sólo
una parte de la narración, es decir, intrigado, y esto me dio que pensar. Podía
fragmentar el relato haciendo que distintos oyentes tuvieran sólo una parte del
mismo. En resumen, cogería un texto y lo dividiría en varias cartas. Tenía que
relacionar a estos sujetos de alguna forma y así fue como se me ocurrió
hacerlos remitentes y destinatarios. Supongamos que yo cojo un texto y lo
divido en tres partes: A, B y C. A remite a B, B remite a C y C remite a A. Si
yo soy B, recibo una carta de A y mando una carta a C. ¿Sencillo, no? Ahora
tenía que escoger el texto procurando que fuera acertado.
Inicialmente pensé en Hermes. Hermes es el mensajero de los
dioses y de mensajes iba la cosa. Pero una asociación así era demasiado obvia;
tenía que penetrar más en el universo de los mitos y así fue como me topé con
la fábula de Eros y Psique, en las Metamorfosis
de Apuleyo. Voy, si me permiten, a narrar brevemente un mito:
La bellísima Psique atrajo la admiración de los conciudadanos de una ciudad de Grecia, de donde su padre era rey. Venus, diosa de la belleza, celosa por esta admiración, encargó a su hijo Eros que le inflamase el amor por el más horrendo de los monstruos. Nadie se atrevió a pedir la mano de la doncella y ante este hecho sus padres decidieron consultar al oráculo. El oráculo profetizó que su destino era llevarla a lo alto de un monte donde la desposaría un ser ante el que temblaría el mismo Júpiter. Fue así que Psique se vio trasladada a un fastuoso palacio donde pasaría sus días como esposa de un marido que le visitaba sólo por las noches y al que no podía ver. El marido le pidió que guardase este secreto y le advirtió sobre sus hermanas, que buscarían el fin de su amor. Precisamente las hermanas de Psique acudieron a visitarla cuando esta quedó encinta y lograron infundir el temor en Psique de que su marido fuera un horrible monstruo. Le aconsejaron que, cuando su marido durmiera, encendiera una lámpara y le descubriera. Así lo hizo y a quien descubrió fue al mismísimo Eros, quien había quedado enamorado de Psique cuando su madre le mandó cumplir el encargo, de ahí que no pudiera descubrirle. Una gota de aceite le despertó y los amantes, roto el secreto, se separaron.
La historia prosigue pero vamos a detenernos aquí. Los
destinatarios de las cartas son vecinos que, como Eros y Psique, duermen al
lado todas las noches sin saber muy bien quiénes son. La acción sería el
consejo de las hermanas que incitan a que el receptor de la carta se ponga en
contacto con el emisor pudiendo descubrir que en verdad, con quien duermen es
un horrendo monstruo, o acaso un Dios. Esto era lo verdaderamente interesante
de la acción, que un vecino se pusiera en contacto con otro vecino y ambos
descubrieran que habían recibido una carta, quizá se reunieran todos los
vecinos y completasen el relato… Aunque quizá todas las cartas acabaran juntas
en el camión de la basura.
Restaba por encontrar el lugar en el que se desarrollaría la
acción y este fue el barrio de Lavapiés. Elegí el barrio a la vista de un mapa,
porque encontré una “R”.
Recuerden que yo quería dibujar, pues bien, los puntos donde
se entregarían las cartas se unirían mediante líneas y esas líneas y esos puntos
serían, al cabo, una palabra: Eros.
Eros que, en griego, significa amor. Y hablando de esto, gracias a Julia por su participación en esta acción, sin la cual, es seguro, no se hubiera llevado a cabo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario