En el sueño de anoche me encontraba en compañía de un antiguo alumno del colegio. Pretendíamos cruzar una autopista y mi amigo se quedaba rezagado. Miraba hacia el horizonte, para vigilar los vehículos, que circulaban a gran velocidad. Apremiaba a mi amigo para que cruzase.
Le avisaba de que no podíamos permanecer tanto tiempo en la cuneta, debíamos cruzar la autopista y alcanzar una isleta donde podríamos resguardarnos a la sombra de algunos pinos, dado que el sol caía con fuerza.
Una vez cruzamos la autopista, ya en la isleta, había que volver a cruzarla a otra altura. Había un accidente y los coches estaban parados. Grupos de estudiantes caminaban por el arcén, dirigiéndose posiblemente hacia unos autobuses que les transportarían. Pensé que aquel incidente nos beneficiaba, puesto que, más adelante del accidente, el tráfico estaría cortado y podríamos atravesar la autopista sin obstáculos.
Pronto la autopista se convirtió en un río. El río también podía ser una lengua de mar, pues sus aguas eran de tonos turquesas, muy similares a las de las costas de Baleares. Teníamos que alcanzar la otra orilla a nado y a causa del accidente en la autopista, tampoco habría lanchas que nos estorbarían mientras nadábamos.
Me preparé para cruzar el río y tuve que guardar un paquete de tabaco con un mechero en una gorra, donde el agua no le alcanzaría. No le ocurriría lo mismo a un pañuelo de tela fina; dado que no cabía en la gorra, tendría que meterlo hecho un gurruño debajo de mi camiseta. Dudaba entre si colocarme la gorra con la visera hacia delante o hacia atrás, pues quería protegerme del sol pero también quería que hubiera el mayor espacio posible para guardar el tabaco y el mechero.
Apremiaba nuevamente a mi amigo y descendía por una escalera al agua, sorteando turistas, para no salpicar el tabaco al zambullirme. Buceando hacia la otra orilla, sentí que una lancha pasaba por encima mío, cosa que no tendría que ocurrir pues se suponía que el tráfico estaba cortado a causa del accidente.
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