16 de julio de 2023

Fibáñez

Me ha sorprendido el hallazgo de una plantilla del 13 Rue del Percebe sin personajes. Una breve búsqueda ha confirmado la peor de mis sospechas: ayer falleció el primer artista que -creo-, entre todos, más consiguiera influenciarme.

En tiempos donde internet no existía y sí lo hacía una sequía cultural perentoria, los Mortadelos que caían en manos de jóvenes de mi talla representaban auténticos tesoros. Las historietas de Ibáñez instituían obras tan disfrutables, tan celebradas, tan geniales... que aún hoy en día me cuesta imaginar su presencia en el contexto de tiempos anteriores. Para colmo, su legado es casi infinito en tiempos presentes y, me atrevería a decir, también futuros.

Recuerdo perder mucho el tiempo repasando aquellas historias y raros momentos en los que, por acumulación de gags, rompía a reír sin freno alterando el severo y religioso silencio de altas horas de la madrugada.

Ibáñez debió encarnar el mayor motivo por el que empezara a dibujar y, antes que dibujante, incluso, debo decir que fui viñetista. He renegado tanto de esa faceta que para mí hubiera sido inconcebible que algún día me refiriera a ella. Tampoco hoy me siento orgulloso, pero creo que es casi un deber reconocer su existencia.

A algunos músicos, cuando escuchamos a otro músico mejor que nosotros, nos supone un tremendo esfuerzo no sufrir a razón de la inferioridad de nuestro arte y ser capaces de apreciar muestras ajenas disfrutándolas con plenitud esto es, claro está, como debería de ser.

Había algo sobrecogedor antes de internet y es que las cosas no existían tanto. Podías confundir una referencia o tomar prestado algo de cualquier lugar cuyo acceso estaba prácticamente vedado. El sueño de cualquier impostor. Sin embargo, ahora todo permanece mucho más conectado y bastan unas pocas palabras en San Google para acercarnos a la fuente primigenia del conocimiento, a la prueba irrefutable.

He reconocido la importancia de Ibáñez en mis albores artísticos, si bien Ibáñez nunca representó ese músico virtuoso por el que solo cabía sentir envidia y desear su deceso. Extrañamente, para mí, nunca encarnó un rival; sus historietas no eran algo de lo que asombrarse o admirar, sino algo que vivir y paladear con gusto.

Tenían algo que te hacían internarte en ellas sin ningún tipo de obstáculo y, como el mismo autor revelase, es imposible saber el por qué esta permeabilidad se daba con tantísima facilidad en el grueso de los lectores.

Tampoco, incluso en tiempos anteriores a internet, si hubiera querido hubiera podido ocultar la influencia de Ibáñez, pues era entonces poco más que omnipresente. Si bien mis viñetas nunca se parecieron a las de Ibáñez en lo más remoto, su sombra debió alargarse tanto que solo cuando ya en el plano físico Ibáñez es inexistente he advertido su verdadero y colosal alcance.

Sin buscar demasiado, puedo nombrar diez dibujantes mejores que Ibáñez, pero por mucho que me esfuerce no creo que pueda encontrar un narrador mejor. Eso, a pesar de toda su idiosincrasia y las complejidades del mundo editorial en el que se desenvolvió con más gloria que pena.

Al menos aquí, en estas latitudes, nadie ha sido (y dudo seriamente que lo sea en un futuro) tan reconocido dibujando historietas, labor que, en proporción a su descomunal alcance, puede estimarse como prácticamente huérfana de premios, honores y distinciones.

No sospechaba nada de esto último y supongo que bien pueden tratarse de quejas de aquellos que querían otorgarle más galardones que los que tiene, que no son pocos, y a los que según dicen Ibáñez no les prestaba demasiada atención. Otros, según parece, han renunciado a venerar viejas vacas sagradas y han osado deslizar que acaso Ibáñez no concedió suficiente crédito a sus asistentes o que, ayudado por ese ocultismo al que me he referido y espoleado por necesidades editoriales, incurrió en sonados plagios.

Me gustaría disponer de más información sobre estos últimos puntos, no obstante, a guiso de regalo de despedida, es mi deseo alumbrar un poco la cuestión recalcando, como advierto, mi falta de datos y sobreabundancia de imaginación:

El Beatle que compuso Yesterday, a quien también referí en la entrada anterior, sostuvo en unas declaraciones que no estaba interesado en entender la música formalmente. Para Paul McCartney la música era un vudú y su desencriptamiento derivaría irremediablemente en el desencanto.

Los artistas, en bastantes ocasiones, podemos ser representados como una suerte de científicos locos que probamos experimentos y, de tanto en cuando, damos fortuitamente con hallazgos sobrenaturales. Ignoramos el secreto de lo maravilloso y, cuando lo conocemos, lo maravilloso deja de ser maravilloso.

Consagramos nuestra vida a esta experimentación pagando un precio bastante alto y ello puede llevarnos a albergar una gran expectativa, celo, codicia, o a borrar nuestras huellas, deliberadamente o no.

No quiero defender la supuesta sombra que se cierne sobre Ibáñez, nada más quiero contextualizarla. Tampoco creo que estos asuntos deban manchar su impecable carrera.

Después de atornillarse 17 horas al día en una silla durante más de media vida ocasionándole a la postre una mortadelitis crónica, con 87 años, Ibáñez seguía empuñando el lápiz y defendiendo unos personajes que eran calvos por ahorrar tiempo. Ibáñez ha agotado su tiempo y se quedó calvo dibujando. Para los que tratamos de dedicarnos al arte, esto representa una soberana heroicidad.

Su gesta me deja perplejo, pero creo que estoy en disposición de entenderla perfectamente.

Una nada despreciable porción de los habitantes de este orbe lo agradecerán el resto de su vida.

11 de julio de 2023

Fe de errores: el dragón

Recientemente realicé un viaje a Santander en compañía de mi novia y unos amigos. Quizás con el propósito de ambientar nuestras andanzas por el Parque de la Naturaleza de Cabárceno, nuestro disc-jockey ​ residente acostumbraba a pinchar la banda sonora de Jurassic Park.

De hábitos nocturnos, no puedo definirme como una persona a la que los horarios matinales sienten precisamente de maravilla. Y es que, temprano, me cuesta más de lo normal interactuar socialmente, tratar de desayunar o incluso llevar a cabo tareas mundanas con un cien por cien de efectividad, cordialidad o ganas.

En este marco ya de por sí deplorable, tras la mentada y acostumbrada audición de Jurassic Park, el altavoz bluetooth de nuestro disc-jockey despidió cuatro notas que bien podrían ser el inicio del estándar de jazz Autumn Leaves, pero eran en realidad, otra cosa: The Batman Theme, de Danny Elfman, publicada como banda sonora allá por el 1989.

Un motivo prácticamente calcado de lo que bauticé orgulloso como el motivo del dragón en el álbum Fafnir de la Orquesta Arrecife en 2017. Fusilamiento totalmente involuntario. Como Froilán, debí dispararme en un pie. Debería alegar que me he equivocado y no volverá a suceder.

En el momento de su recomposición, la consideré una idea fabulosa y recuerdo irla vistiendo y desvistiendo, admirando aquella conmovedora estructura, incapaz de relacionarla con el original, pero... como ya aconteciera a Paul McCartney con su querido Yesterday (la canción más versionada del mundo, por cierto), el hallazgo lucía tan valioso que se antojaba imposible que aquel número de lotería no hubiera tocado ya en otro sorteo.

A pesar de que Yesterday se vinculase posteriormente con el Bésame mucho de Consuelo Velázquez, predomina cierto consenso sobre que hablamos de cosas distintas, de primos lejanos.

En el caso que nos ocupa, las ideas de The Batman Theme y el infausto motivo del dragón, por desgracia, al margen de su desarrollo, instrumentación, contexto y demás, son hermanas gemelas.

Si algo bueno se desprende del hecho de que prácticamente nadie haya escuchado el álbum Fafnir es que a nadie le ha dado tiempo a señalar esta coincidencia.

Aprovecho pues, para hacer fe de errores y profesar mi admiración por Elfman, de quien, dicho sea de paso, he tomado algún que otro préstamo de manera consciente esta vez, pero eso ya es carne de otro apartado.

 

Nota: Curioseando sobre el origen de The Batman Theme he averiguado que su autor pudo concebirla aislándose en el aseo de un avión. Vaya momento para un apretón y menudo desahogo que debió suponer. Autumn Leaves, flotando con otros despojos no tan interesantes a 42.000 pies de altura.