Daba un paseo por un centro comercial que tenía un funicular negro. El funicular conectaba distintas partes del centro y suponía que visitaba un acuario. Recuerdo que la gente que quisiera viajar con sus mascotas tenía que pagar uno o dos euros adicionales, cosa que tildé de ridícula. Dudaba que las mascotas disfrutaran del viaje y que, con el pago de aquella tasa, fueran equiparadas a sus dueños humanos.
Relacionado con aquel centro comercial, visitaba una suerte de anfiteatro con una piscina (acuario) en el centro. Mi padre conducía hasta él y nos llevaba en coche, pero viajando así no podíamos bajar los escalones del anfiteatro. Temí por el estado de los amortiguadores.
Hice, a pie, una visita por los escalones y allí encontré un montón de objetos como medallas, ukeleles, guitarras, flores... pensé inicialmente que eran tumbas, o memorandos de algún tipo, pero me tranquilizó saber que las gradas de aquel anfiteatro se podían alquilar con el fin de guardar enseres, como si fueran trasteros.
Curioseando enseres, descubrí una luz despedida desde una estantería oscura. Parecía algo valioso. Acabé desenvolviendo un casco de moto con linternas y lo que parecían cámaras de vídeo. Tendría su valor pero, al estar usado, quizá no valiera demasiado. Tampoco me parecía que podría serme útil ni lícito quedármelo.
Empezó a llover y la piscina se llenó aún más de agua. Era bueno que lloviera pues aquella era época de sequía. Un hombre anciano estaba en la habitación de un hospital con paredes blancas, cerca del acuario. La habitación, de hecho, tenía vistas al cristal de la pecera, pero no parecía que la gente de allí las valorase.
Había también, en el anfiteatro, apartamentos de estudiantes, y recorría angostos pasillos esquivando a sus moradores. Uno de ellos estaba preparando su cena. Había en el fuego una sartén en la que se estaba fundiendo queso mientras el estudiante salía de la ducha envuelto en la toalla.
De vuelta al centro comercial, quería contar una historia a una amiga sobre una anécdota graciosa ocurrida en el anfiteatro, protagonizada por mi hermano, pero no la recordaba bien y pedí ayuda a mi novia para que la relatase en mi lugar. Después de todo, estaba comenzando a valorar que la anécdota a aquellas alturas tuviera gracia realmente.
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