Me encontraba en Alcalá de Henares y realizábamos una excursión por un lugar de las inmediaciones. Desde un acantilado pudimos observar una gran playa. Me sorprendió que cerca de Alcalá hubiera playas tan grandes, y tomé una fotografía para mandársela a mi familia. Pensé que mi familia creería que había viajado hasta la costa y la costa se encontraba demasiado lejos de Madrid.
Constantemente trataba de convencerme de que aquello era un lago y no el mar, y que entonces debería atisbar, en el horizonte, la otra orilla. Por mi empeño terminó siendo así y, cuando me bañé, alcancé algunos islotes espigados y pedregosos. Algunos de estos islotes tenían cuevas y parecían habitados por pájaros grandes parecidos a cigüeñas.
Llegué hasta una isla cuyo acceso era relativamente sencillo gracias a un puerto con tablas de madera. Allí me entretuve en revisar algunos edificios vacíos para instalar mi despacho. Muchas aulas del interior del edificio que examiné tenían sus ventanas selladas con papel, de modo que no podía ocuparlas. Algunas salas que no tenían papel me gustaron, pero no me decanté por ninguna, pues pensaba hacerlo una vez revisara todas. Buscaba un lugar tranquilo pero también bien comunicado, que contara además con un buen sitio para aparcar aunque, como aquella isla era pequeña, igual no necesitaba traer hasta allí el coche.
Jugaba un partido de fútbol y la pelota se salía del campo. Iba a buscarla y vi que un amenazante león se acercaba hacia mí lentamente. Saqué la pelota de un canalón donde había caído y pensé en trepar a un árbol para así escapar del felino.
En otro momento posterior del sueño lo único que recuerdo es una brújula.
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