Veo a Shakira y veo también a una
artista con una convocatoria masiva. Tiene la suerte, o la desgracia, de poder
encaramarse a un pedestal y arrojar desde ahí un mensaje a una audiencia
multitudinaria.
Aunque sea fácil suponerlo y de todo punto impreciso simularlo, me emplazo virtualmente en esas latitudes e imagino que me sentiría tremendamente motivado -además de presionado- por poder hacer llegar a tantísima gente algo que considerase valioso, interesante, inteligente… me gustaría, en otras palabras, ser capaz de ejecutar una obra absoluta y magnífica y que mis seguidores, a hombros, se encargaran de encumbrar a la altura de un verdadero hito en la historia del arte. Por soñar que no quede.
Esto último, constituir un hito -no sé si dentro de la historia del arte pero sí lo menos en el acervo popular- por lo visto ya ha acontecido con el beef ese, autotuneado y reguetonizado convenientemente, de estética actual veinteañera y audaces metáforas virales que han revolucionado los departamentos de marketing de conocidas marcas. Porque nadie esperaba (ni posiblemente estaba verdaderamente interesado) en que la señora Shakira se subiera al pedestal para publicar una oda metafísica, profunda, desgarradora ni absoluta.
El público del circo romano internacional llevaba ya bastante tiempo expectante, sediento de sangre y bajos instintos. Algo que les removiera un poco las vísceras, que se sintiera y comprendiera de inmediato, y algo que se suponía y se esperaba de la diva.
Porque no hace ninguna falta que les recuerde que Shakira no es precisamente una doña nadie. Cuenta con su trabajada y abultada cartera de followers, sus nada improvisados estudios de mercado, su astronómico presupuesto y quizá a todo esto debemos añadir su honesta intención de comunicar lo que para ella ahora es esencial y, a pesar de todo, debería ser respetado.
Ya irán adivinando que no he
venido aquí con el propósito de engordar aún más la bola de nieve. Tampoco voy
a quejarme porque Rosalía en este momento tenga más audiencia en Spotify que
los históricos Beatles. Quizá uno de los pocos hitos que le quede ahora por alcanzar
al cuarteto de Liverpool sea reconvertirse en una banda underground, con un
repertorio de gemas ocultas que nadie conoce ni entiende y planteamientos
diferentes a crónicas de la salsa rosa.
Simplemente me ha dado por imaginar
a una Shakira verdaderamente empoderada cambiando el destino poco prometedor
del mundo, en lugar de atender a los cánones de una artista pop en el seno de
un escenario gigantesco y abarrotado, cantando con millones de filtros a sus
millones de oyentes, ganando millones de dólares, que su novio millonario se ha
ido con otra más joven cuando ella ofrecía algo más auténtico y valioso.
Bien por ti, Shakira.
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