Me encontraba en la facultad de Bellas Artes. Venía de algún aula y pasaba por otra aula en el que mis compañeros estaban pintando cuadros de grandes dimensiones. Se trataba de un ejercicio de retrato y los resultados eran muy buenos. Recuerdo colores muy vivos y bien combinados.
Sin embargo, un compañero no estaba progresando demasiado en su cuadro y
debió acudir a mi en busca de consejo, ayuda o algo así. Le comuniqué que era
muy mal pintor y que, de ponerme a pintar un cuadro, sería el equivalente a un futbolista
que disputa un partido habiendo ido de botellón la noche anterior.
Estaba ahora en clase de lengua y, a pesar de que hubiera pupitres
libres cerca de un pasillo, yo ocupaba uno que quedaba fuera de la clase,
detrás de una puerta de cristal. A través de la puerta podía ver la clase, pero
no podía oír la lección. Me entretenía copiando un libro, con temor de que la
profesora me descubriera y entonces me obligara a seguir la clase.
Pronto algunos alumnos se pusieron en formación para sacarse
una foto, entonces todos fueron al pasillo y allí la profesora empezó a tararear
una melodía, como una especie de marcha tocada por un trombón o una tuba. Los
alumnos empezaban entonces a hacer acrobacias subiéndose por el techo.
Uno de los compañeros de la clase de retrato me preguntaba
por algunas fotos que había hecho a sus cuadros sin terminar. Le decía que esas
fotos que había tomado estaban teniendo muchas visualizaciones en mi blog. El
compañero me advirtió que las fotos no estaban completas. No sabía si esto era debido
a que las obras fotografiadas se encontraban inacabadas o que, al fotografiarlas,
no las había sacado de cuerpo entero.
En cualquier caso, en mi taquilla, tenía una cámara buena
con la que podría tomar nuevas fotografías. Fuimos, pues, hasta mi taquilla, y
yo probé unas llaves para abrir, pero debía usar otro juego. Entretanto, mi
compañero había conseguido forzar la cerradura y, cuando abrió la taquilla,
algunas partes de ella se habían desencajado.
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