25 de febrero de 2021

La Pedriza

Me dirigía al centro de una ciudad con la intención de votar. Recuerdo dejar mi coche aparcado en una cuesta y preocuparme por si alguien lo dañaba. Subía en otro coche que un mecánico estaba reparando. Por el momento, el coche andaba sobre dos ruedas y en él, además del mecánico y yo, viajaba también un perro lanudo. Cuando me personé en una oficina, listo para ofrecer mi voto, un hombre corpulento se me adelantó. Tras esta demora, el encargado de la mesa de votaciones me preguntó si iba a votar a Podemos, a lo cual asentí. Lo había apercibido en vista de que yo llevaba un panfleto de color verde en la mano. El encargado de la mesa se limitó a dibujar un palo en una lista, sistema que de inmediato suscitó mi desconfianza. 

Bajaba de clases por unas escaleras de un colegio y descubría en el suelo una moneda de cincuenta céntimos. Tras esa, encontré otra más y me apresuré a recogerla pues no sabía si el resto de mis compañeros, que bajaban conmigo, podrían estar también interesados en ellas. Ya cerca del patio, las monedas de cincuenta céntimos pasaron a ser de un euro, además ahora estaban encima de una salsa roja. Tenía que mancharme para cogerlas e introducirlas en mi bolsillo. Aquello era la broma de una compañera, broma a la que no encontré ningún sentido pues, para mi, merecía la pena mancharse a cambio de las monedas. Logré lavarlas y acumular una buena suma.

Subíamos a clases, ahora el colegio era un centro comercial. Los alumnos cursaban un curso de diseño. Uno de ellos empezaba a hablar de las transiciones de efectos y otro, en tono de burla, le preguntaba a un compañero de avanzada edad que qué tal llevó la transición

Mi padre solicitaba la ayuda de mi novia para mover unas pesadas piedras del jardín. Mi novia estaba preocupada, pues pensaba que no sería capaz de acarrear con tanto peso. Le llevé hasta una especie de zona en La pedriza, donde había piedras de todos los tamaños posibles, y allí le decía que tenía que coger solo las piedras de una tapia, que, aun pesadas, no eran demasiado voluminosas. Tampoco era necesario que las cargase mucho tiempo pues, llegado el momento, mi padre dispondría de una carretilla y además tendría guantes.

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