Concedían una entrevista a una entrañable pareja de ancianos
que llevaban casados algo así como sesenta y cinco años. Cuando les preguntaban
cómo lo habían conseguido la anciana respondió:
En nuestro tiempo
aprendimos que si algo se estropeaba, había que arreglarlo, no desprenderse de
ello.
Y es que vivimos rodeados de objetos programados para tener
una corta vida. Ello es porque creemos firmemente que una cosa que dure para
siempre no es rentable. Si las bombillas fueran capaces de permanecer
encendidas doscientos años nadie compraría bombillas mas que una sola vez cada
doscientos años. Probablemente si las bombillas tuvieran una vida tan larga
serían más caras y no se fabricarían tantas ni se tirarían otras tantas.
Ordenadores, automóviles, ropa... cualquier objeto deberá ser reemplazado por
otro al cabo del tiempo con la excusa de que no hay otra manera de que nuestra
economía sea sostenible; la producción no debe detenerse nunca. Usar y tirar,
vivimos con la máxima del reemplazo y convivimos con la obsolescencia
programada. Cuesta más arreglar una cosa vieja y obsoleta que comprar una
nueva y mejor. Y si las cosas viejas no se estropean terminarán por ser
incompatibles.
Cuando el camino se acaba, el tonto sigue el camino.
No creo que sólo a los tontos les pase esto. Nuestros modelos productivos están
establecidos desde hace décadas y aunque existan otras alternativas el cambio
es difícil. Primero porque lo desconocido suele generar miedo y desconfianza y
segundo porque lo conocido es lucrativo para los de arriba. Si tu bombilla se
apaga, compra otra; si tu depósito de gasolina se consume, llénalo; si tu ropa
se pasa de moda, viste de otra forma... no te preocupes, si las cosas durasen
eternamente nadie tendría trabajo o el desarrollo de nuestra industria sería
mucho menor.
Si nuestros gobernantes no hacen bien su trabajo los sustituimos
por otros y si además de no hacer bien su trabajo resulta que se aprovechan
despreocupémonos porque gobierne quien gobierne alguien tiene que hacerlo, la
corrupción es inevitable. Si tu vela se consume cámbiala por una bombilla que
se funde, nada es perfecto ni para siempre, todo es defectuoso y al final
necesitamos tener luz por la noche si queremos ser modernos y
civilizados.
Quien piensa que cambiar no arregla nada es como el tonto
que sigue por la vereda sin salida. Llegará, por poner, el día en que los
continentes de plástico que hemos vertido a los mares acaben en nuestro plato
si la crisis que atravesamos no termina por hacernos ver que el cambio no sólo
es posible, sino estrictamente necesario.
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