10 de noviembre de 2010

Hoy me voy a poner la bufanda para escribir




El título de esta entrada no apela al significado de una frase que emplean los aficionados del fútbol para referirse a ciertas líneas editoriales. Sólo quería expresar que aquí hace frío.

(Pausa para reflexionar)

Quevedo escribiría hoy sus poemas en sms.

Ésta es la máxima a debatir. Bien, Tomás, salga a la pizarra y demuéstrenos por qué Quevedo escribiría sus poemas de aquella forma.

Tomás – Los escribiría, señor, si me permite decirlo, porque según creo yo es lo que el pobre hombre mejor sabría hacer además de darse a toda clase de vicios. En cambio, si Quevedo no fuera Quevedo y fuera un coetáneo nuestro en ningún caso escribiría poesía, ni siquiera poesía en un sms, sólo un sms.
Perfecto, Tomás, bien argumentado. La próxima vez procure no extenderse tanto en alocuciones innecesarias y diríjase a esa parte que solemos denominar vulgarmente grano como eje de la cuestión. ¿Entiende lo que le digo, señor Tomás?

Tomás – Perfectamente, señor.

Bien, como acaba de argumentar el señor Tomás la poesía hoy ya no es poesía, es poco más que una frivolidad. Sí, no se rían, esta afirmación desprende tanta seriedad como el más profundo y sentido pésame. Ahora nos dedicamos a cosas más prácticas como mandar mensajes a través de nuestro celular o estudiar fiscalidad soñando con poder apoltronarnos en una dependencia pública. Lo trascendente hoy es por completo intrascendente y lo que prevalece es servir al Capital. Nuestros poetas más laureados son publicistas.
Bien, que nadie levante la mano ahora, ya sé lo que pensáis. Pensáis lo siguiente: no, este hombre nos está engañando; este retórico no puede poner en duda algo tan evidente como que la poesía siempre ha existido y existirá.

¿Acaso piensa usted esto señor Tomás?

Tomás – Ahora me coge distraído, señor, pero le aseguro que sí, que si estuviera siguiendo su disertación punto por punto le respondería afirmativamente.

La poesía siempre existirá... bueno, mediten la cuestión. ¿Existe hoy la práctica de tallar puntas de lanzas con piedras pulimentadas?

Tomás – Claro que sí, señor. No soy muy versado en ciencias antropológicas pero seguro estoy que ahora mismo habrá una tribu en algún lugar del mundo que talla sus lanzas al uso de nuestros remotos antepasados. En cuanto a la fabricación de lanzas… hoy existen armas más sofisticadas, pero armas al fin. Si bien he concedido que un coetáneo nuestro no escribiría poesía con un teléfono no me parece del todo imposible que un poeta pueda hacerlo. Quevedo, por supuesto, está muerto y ya no puede escribir poesía.

Señor Tomás, si piensa que concediéndome la razón siempre que se distrae consigue mejorar su retórica está muy equivocado. A mi humilde entender yerra sobre este último punto. La tribu a la que usted se refiere con disimulado fervor, aquella que sigue tallando puntas de lanzas con piedras pulimentadas, al paso que vamos, acabará manufacturando carcasas para teléfonos móviles y fumando cigarrillos en su mismo entorno ya devastado. O, en un futuro previsible, lo hará en un parque temático encerrada en una jaula que simula su biosfera extinta. ¿Acaso existe la talla de puntas de lanza con piedras pulimentadas como fenómeno realmente extendido? Y quiero decir, por extensión, ¿existe el mismo pensamiento en diferentes mundos, en diferentes tiempos? No creo que la poesía de una tribu del Amazonas perdure y creo que pocos son capaces de entenderla. No sé tampoco si se puede llamar poesía, ni si existe para ser entendida o para perdurar.
Pero puedo ser aún más tajante; el árbol que cae en medio de un bosque solitario sólo existe para un oso que esté lo suficientemente cerca como para oírlo y escucharlo, es más, mientras no sea verdaderamente excepcional la caída de este árbol para él no existirá aun pudiéndose dar por enterado. Y esto no es todo: un oso jamás nos dirá que escuchó caer un árbol en medio de un bosque solitario con lo que este árbol está tan solo que ni existe.

Sin embargo… oh ¿qué escucho? Es la voz de los difuntos poetas que proclama:

Mientras haya poetas
habrá poesía

Y entre las voces de estos poetas está también la del señor Tomás, que hace eco de todo lo que escucha. Los poetas de hoy se parecen tanto a los de entonces como se parece la poesía de Hesíodo a la de Ramón Gómez de la Serna. Hoy no hay poetas ergo no hay poesía. Los sustituyen una panda de borrachos cultos y distintos del resto de los borrachos que le suelen asaltar a uno en el metro. Poco antes era así: oye, Pedro, tú que escribes bien y fuiste a la universidad, escríbeme una carta para Laurita. – ¿Y qué le pongo? – pregunta Pedro lamiéndose un pulgar y apartando su más secreto poemario para ceñirse sobre un papel inmaculado con gesto condolido. Dile – dice el otro – que la quiero llevar al huerto, así, pero con palabras cucas, ya me entiendes Pedro, esas mariconadas que les gustan a las mujeres.

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