15 de diciembre de 2025

El perro oso

Soñé que quedé con mis amigos, pero no pudieron venir a la quedada. No obstante, me regalaron ropa de niño y de niña, pues según parece, mi novia y yo íbamos a tener un bebé. Coloqué la ropa en fila, en el escritorio de casa de mis padres, para tomar una foto y subirla en redes sociales, pero luego recordé que ninguno de mis amigos había publicado nada acerca de los niños que habían tenido.

En la estantería de casa de mis padres había un libro y me sorprendió ver a un amigo y a mí en la portada. Íbamos caminando por un sendero y en la contraportada creí verme con ropa de mi amigo, pues recordaba que me había prestado ropa para aquella sesión de fotos. Pero quien realmente salía en la contraportada era mi amigo y no yo.

Se trataba de un libro que un conocido de mi amigo había escrito sobre un cortometraje que nos encargó grabar. El corto no salió todo lo bien que esperábamos y el autor del libro llegó a protestar. Leí algunas páginas y me pareció que protestó con razón, puesto que los diálogos parecían, en el libro, mejor redactados y, en suma, creo que en el cortometraje habíamos tomado algunas licencias innecesarias, que desvirtuaban el resultado.

Paseaba con mi amigo por las calles de lo que parecía Tetuán, con muchas cuestas empinadas. Él caminaba con un perro que parecía un oso por momentos, mientras yo cantaba canciones regionales con voz grave. Hablábamos de que mi amigo había ido al médico y le había recetado medicación. Le preguntaba si le habían recetado antipsicóticos y, de ser así, le consolaba informándole que estos tenían mínimos efectos secundarios. En mi caso concreto, los antipsicóticos me producían somnolencia. Contaba que había ido al médico y, junto con los antipsicóticos, el médico me había recetado otro tipo de tranquilizantes. Me parecía inaudito que, provocándome somnolencia las primeras pastillas, me recetasen otras que ampliarían sus efectos secundarios negativos.

Terminó la quedada con mi amigo, entonces otro amigo y yo decidimos volver a casa. Yo vivía en Majadahonda y él tenía que coger el autobús a Las Rozas. Le acompañaría a la parada, para lo cual le sugerí atajar por unos solares en obras, llenos de terraplenes. No sabía a ciencia cierta si aquel atajo conectaría con la parada de autobús.

Empezamos a escalar por uno de aquellos terraplenes y pronto vimos que una mujer joven vestida con ropa de hacer deporte también estaba escalando. Alcanzaba las alturas sin demasiada dificultad, no obstante, mi amigo y la mujer no conseguían avanzar. Ayudé a ambos a ascender, a pesar de que no se mostraran muy contentos con mi ayuda.

No hay comentarios: