Acompañaba a una pareja de
amigos a la puerta de su casa, después de una quedada. El barrio donde residíamos se trataba de una zona algo deprimida, una mezcla entre dos barrios que conozco. Al
despedirnos, la novia del amigo me confesó que había tenido una experiencia
extrasensorial; había mirado en mi interior y había descubierto que yo no
estaba demasiado feliz últimamente. Me preguntó si esto era así, y yo le respondí que
era cierto, obviando describir detalles que dilatarían la despedida y
resignándome a que las cosas fueran de aquella mala manera, suponiendo que se
solucionarían pasado el tiempo. Tampoco quería hablar mal del barrio, dado que ellos también vivían allí y no era mi intención alarmarles innecesariamente.
Trataba, en aquel mal barrio, de escanear un dibujo con el fin de colorearlo. Disponía para ello de un nuevo programa de diseño gracias al cual podría obtener prometedores resultados en mi arte, algo efectistas. Sin embargo, el cristal del escáner tenía huellas de mi mano, dejadas una vez anterior que lo había usado demasiado nervioso. Trataba de limpiar el cristal primero con jabón lavavajillas, provocando demasiada espuma y extendiendo la grasa. Posteriormente utilizaba servilletas y un limpiacristales que parecía servir mejor, pero ignoraba si acaso el producto iba a dañar la máquina.
Realizaba este trabajo en el interior del coche, enchufando el escáner en la guantera, y había de cerrar el pestillo, ante la inseguridad que me provocaban las calles del barrio.
A través de la ventana de una casa cercana, observaba a dos adolescentes vestidos en chándal azul grabando un programa para YouTube.
Mi padre y yo caminábamos por unas calles ciertamente estrechas. Mi padre me decía que por allí no podían circular ni todoterrenos ni camionetas. Doblábamos una esquina y cruzábamos una calle cerca de un paso peatonal, pero sin llegar a él. Un coche nos esperaba y, después de cruzar la calle, saltó la mediana.
Atravesábamos una zona periférica,
con menos casas y más naturaleza, algunos descampados con escombro y
desperdicios, y allí encontrábamos algunos vehículos abandonados. Una furgoneta
tenía sus puertas abiertas y en ella había un montón de botellas de agua. A pesar de haber objetos abandonados, estos no tenían una demasiado mala apareciencia, esto es, no daban la impresión de llevar mucho tiempo allí.
Se respiraba un ambiente parecido a la India, y mi padre y yo entrábamos con propósito de sustraer objetos de una casa. Mientras mi padre registraba otros lugares, yo me entretenía en el mueble de la televisión del salón, examinando un viejo teléfono que posteriormente descubría, estaba conectado a un router desenchufado. El objeto parecía obsoleto y dudaba que nos fuera a servir de algo. No obstante, mi padre dio con algunas cosas de valor que introdujo en una bolsa blanca de plástico y abandonamos aquella casa para inspeccionar otra.
En la segunda casa, tuvimos la mala suerte de que el dueño llegó y pasó al baño, en medio de nuestro robo. Me enfadaba con mi padre, pues este se movía lentamente y se entretenía en buscar más objetos. Salimos de la vivienda con todo el sigilo que nos fue posible, pero el dueño advirtió nuestra presencia en el último instante y nos persiguió. Volvimos a la primera casa que robamos, con el plan de encerrarnos allí, dado que tenía las llaves puestas en la puerta. De este modo lograríamos esquivar al dueño, pero nuevamente mi padre se movía con excesiva lentitud y acabábamos siendo descubiertos.
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