Hará unos días soñé que me encontraba en casa de un conocido. Era su casa, pero, al mismo tiempo, la mía. El conocido no andaba muy bien de salud mental y había roto alguna puerta y otras partes del mobiliario. La casa también se encontraba bastante desordenada. Me dirigía a lo que sería mi cuarto, pero, en el sueño, era el cuarto de su hermano, y ahí trataba de componer algo con un ordenador, cuidando de correr unos cerrojos que no encajaban del todo bien. Escuchaba mi voz desafinada en las grabaciones y luego trataba de hacer algo con unos samplers. Tenía miedo en el sueño por si el conocido decidía agredirme, e intentaba acabar las grabaciones con prisas y como a escondidas.
En otro sueño de un día distinto, visitaba a una pareja de alemanes en su chalet con piscina y vistas al mar. Les ofrecía algunos consejos sobre alquilar casas y ellos me decían que, compartiendo la mitad de la casa, no había ningún problema, pero que no sería tan sencillo si fueran tres a repartir. Los alemanes se mostraban orgullosos afirmando que su chalet se encontraba en primera línea de playa, pero yo me asomaba al balcón y veía que la costa quedaba bastante lejos y, en suma, había un restaurante antes de llegar al mar. Recordaba vagamente haber visitado el restaurante en cuestión, pero mi padre me dijo que ya no era lo que fue en un principio. Dejaba, ahora, al parecer, bastante que desear.
Caminaba con mi novia por una suerte de hotel-monasterio y veía dispuestos algunos tenderetes con parafernalia. Sus dueños podrían ser tunos. Parecían símbolos frikis, como de juegos de rol y asuntos de tal índole. Nos preguntamos por su utilidad y, al parecer, eran cosas para pedir tabaco.
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