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6 de septiembre de 2019
El apartamento en Marte
Un amigo mío poseía un apartamento en Marte. Lo estaba vendiendo o, al menos, tenía intención. Una amiga mía me preguntaba por la mejor forma de poder comprarlo, quería saber su precio y yo le informaba de que el apartamento debería costar unos 19.000 euros. Aconsejaba a mi amiga ofrecer 11.000 euros, lo cual implicaba una rebaja considerable. No sabía si quiera si mi amiga tenía ese dinero o si mi amigo iba a estar dispuesto a aceptar el trato en aquellos términos. De otro lado, aconsejaba a mi amiga que, de comprar el apartamento, sería difícil amortizarlo, pues tendría que ir y venir hasta Marte de continuo, lo cual supondría mucho tiempo y dinero invertido.
Mi amiga insistió en la compra argumentando que, en cualquier caso, ella podría especular con el piso, y si le resultaba muy engorroso viajar a Marte, podría venderlo. Le dije que mi amigo, de venderla a ella el piso, lo haría por casi la mitad de su valor, con lo cual, aquello era, a mi entender, mal negocio, suponiendo que, cuando ella lo revendiera, tendría que practicar otra rebaja similar.
Fue bastante chocante viajar a Marte y descubrir que allí
había colonias humanas asentadas desde hacía bastante tiempo. No era algo que
fuera público. Las construcciones parecían relativamente modernas y, a pesar de
que los tonos rojizos dominaban la mayoría del paisaje, el cielo y algunos
océanos vestían de un intenso color azul.
Me disponía a rodar un cortometraje y el director y yo habíamos llegado antes que los actores a mi casa, de modo que decidimos empezar con algunas escenas que yo protagonizaría. Las escenas eran en el baño, sentado en la bañera, debajo de la ducha. Al ser el baño de reducidas dimensiones, resultaba complicado ajustar el tiro de cámara. Más tarde llegaron los actores y tuvimos que repetir las mismas escenas, hecho que me hizo pensar que habíamos trabajado en balde.
Recuerdo que el guion era intrincado y queríamos que algunas escenas claves del corto fueran en Marte, para lo cual habíamos planeado rodar con un croma, añadiéndole en postproducción multitud de efectos.
El director pretendía que, en torno a ese clímax de la filmación, la banda sonora fuera una especie de musical. Yo no tenía mucha fe en esto último, pues el libreto me pareció bastante ridículo, y comencé que lo mejor para aquel punto álgido sería una composición puramente instrumental, independientemente de si el resto de la música iba a contener voces.