21 de noviembre de 2018

La misa del rinoceronte

Me entretenía viendo un documental sobre una compositora japonesa en televisión. La compositora tocaba el piano electrónico en una playa, mientras explicaba particularidades y motivos de su trabajo. Pronto yo mismo grababa aquel documental con una videocámara, y tenía que acercarme a los altavoces del piano para conseguir apreciar la música. La playa se llenaba de lápidas, la música se volvía emotiva y me emocionaba.

Disponía por entonces de un todoterreno con el que había llegado a aquella costa y, de repente, me había convertido en el compositor. La policía acudió a preguntarme qué hacía allí y aclaré a la pareja de agentes que no estaba pidiendo limosna, sino simplemente componiendo, a fin de que evitar una posible multa. Les mostré ufano mi espacio de trabajo, libre de recipientes con los que recoger monedas.

Numerosos curiosos empezaron a acercarse. Resultaba que dentro de uno o dos días era el cumpleaños del sobrino de uno de los agentes. Le propuse componer un tema musical como regalo, tomándome la libertad de preguntar cuál era la canción favorita del sobrino.

El agente me procuró un título bastante extraño, resultaba ser algo que se había convertido en viral gracias a internet. Anoté el título de la canción en un papel de fumar y esperé a que un buscador automático se conectara a la red y me mostrase los resultados. Tuve que quitar algunas hebras de tabaco del papel y la búsqueda llevó su tiempo. Entretanto, temí que los agentes se marcharan antes que pudiera localizar aquel material. La canción (que todavía no existe en el mundo real) era autoría de un cantante africano. Se trataba de una melodía alegre y colorida, trataba de algo así como de calamares. Estaba en modo mayor, cosa que resalté, pues así sería más fácil mezclarla con la canción del Cumpleaños feliz. Cuando describí el modo, huelga decir, ni los agentes ni los curiosos me entendieron.

Los agentes me mostraron unas instantáneas de una catedral, en la que había grandes esculturas de mármol verde y se me veía corriendo en compañía de algunos compañeros del colegio, en lo que se supone era una visita. A pesar de que corriera por los pasillos del edificio, explicaba a los agentes que no estaba haciendo nada ilegal.

Allí, en la catedral, un rinoceronte oficiaba una misa africana, invitando a la ceremonia a las parejas de animales que representasen todas las especies del continente. Había un problema en situar los peces al lado de los gusanos y las lombrices, pues los primeros tendían a engullirlas.

Tras tomar nota, los guardias desaparecieron y encontré en el suelo una especie de placas con forma de llavero con mi nombre inscrito. Lo mismo servían para aparcar o algo así, debían ser un obsequio de los guardias. Descubrí también que mi cartera pesaba una barbaridad.

Sin que les hubiera dejado las llaves del todoterreno, los guardias lo habían trasladado hasta una zona próxima, seguramente con grúa. Debía ponerme cuanto antes a desarrollar la canción del sobrino.

 

Era de noche y observaba el cielo, pues nos habían advertido sobre un objeto que sería visible. El objeto estaba muy fragmentado, apenas se distinguía, y salía y entraba de la atmósfera para finalmente perderse en el espacio.

Me encontraba en medio de una conversación en internet, usando un sistema de mensajería, y escribía algunos números y algunas letras, en un mensaje. Consistía en dos líneas de texto:

 

(Cifra de 6 dígitos que no recuerdo con algún 7) T

10(elevado a 8).000.000 S

 

Desconozco con precisión cuál era su significado, o qué representaban. El 10(elevado a 8).000.000, en el sueño, vendría a significar algo así como la velocidad de transmisión y lo que estaba representado bajo la sigla T era algo así como el valor real, que era bastante poco elevado.

Alguno de mis amigos con los que hablaba pensó que se trataba de códigos de criptomonedas, y entonces alguien compartió sus códigos a fin de tenernos al tanto de sus intercambios. Encontré bastante absurdo aquel asunto de las inversiones, y pensé que lo único que hacíamos era, meramente, reflejar aquellas operaciones sin tener verdadera noción de su valor o resultado.

 

Entretanto, el ejército había iniciado una investigación sobre el suceso de aquel cuerpo celeste. Esto debía de estar viéndolo en las noticias. Un oficial se internaba en un submarino a través de una escotilla bastante gruesa. El ejército de EE.UU. y el ruso o alemán, a pesar de sus diferencias y de guardar celosamente su información clasificada, habían accedido a compartir un archivo de 16 Kb para preservarse de amenazas exteriores. Esto es, de ataques que no provinieran de habitantes de nuestro planeta.

El submarino se sumergía atravesando filas ordenadas de peces naranjas hasta llegar a una especie de ruinas bajo el mar, donde los peces naranjas se convertían en grandes puertas correderas naranjas que se abrían y cerraban como si fuera aquello un videojuego de plataformas.

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