En el colegio, impartía clase una profesora, a mí y a
algunas señoras mayores. Una de las señoras mayores me enseñaba un cuadro que
había pintado su hijo pequeño. El cuadro describía la vista de una urbanización
en el ocaso y un pájaro la sobrevolaba, pero el pájaro (negro) no estaba bien
dibujado, y se iba a convertir en una langosta (roja). Observé el cuadro
detenidamente y formulé una crítica:
Me gustaba la idea de la langosta, posiblemente la figura
quedase bien perfilada en una segunda sesión. El manejo de los colores, para un
niño, era impecable, y confesé a la madre que ya me gustaría a mí, siendo
estudiante de Bellas Artes, trabajar la paleta con aquella soltura.
Un momento, ¿estudiante? Si yo era licenciado, ¿hacía
cuánto me había licenciado, uno, dos años? No lograba adivinar la palabra
"licenciado". Sentí una tremenda responsabilidad pensando eso, e
intenté averiguar con qué material había sido pintada la obra. ¿Cera, óleo,
acrílico? Resultaba ser esto último. Lo adiviné gracias a un pegote de pintura
fresca amarilla, en el que de inmediato sumergí el dedo para mostrar a la
madre, quien había intentado auxiliarme en mis pesquisas alegando que aquello
era un lienzo, cosa del todo innecesaria, pues saltaba a la vista.
Empecé a desbaratar la clase, que era de música. Nos
habían encargado unos ejercicios en los que teníamos que adivinar el nombre de
algunas notas musicales y terminar de dibujar algunas claves esbozadas, entre
otros asuntos. El papel de los ejercicios era reciclado.
Le dije a la profesora que aquellos ejercicios eran muy
fáciles, pero lo cierto es que no conseguí resolverlos bien cuando la profesora,
personalmente, me pidió que lo hiciera. A propósito, parecían mal planteados.
La profesora y yo empezamos a leer un periódico viejo y encontramos, entre sus
páginas oscuras, semanarios de un color rosa bastante llamativo. En el
periódico de la profesora había lo menos cinco de estos y me encomendó que los
repartiera entre mis compañeros. Pregunté quién no tenía semanario, y algunos
compañeros alzaron la mano, de modo que fui lanzándoselos.
El último compañero al que se lo lancé armó mucho
alboroto al recogerlo, pues quedaba bastante lejos de mí y la entrega no había
sido del todo perfecta. La profesora me lo recriminó y pretexté que, al quedar
tan lejos mi compañero de mi mesa, no le distinguía con mucha nitidez, cosa
cierta en virtud de mi miopía.
En cualquier caso, quedaba patente que no debían lanzarse
aquellos semanarios rosas, y la profesora me advertía. Adivinaba que la
profesora estaba, en parte, aprovechando mi mal comportamiento para evadirse de
impartir la lección.
Un compañero me ayudaba a recoger rápido las cosas, pues
era hora del recreo. Entre estas cosas, había una caja de donuts que no sabía
si estaban en buen estado. Le dije al compañero que en el fondo nunca había
sido un buen pintor, pero sí un buen dibujante. Mi compañero me miraba entonces
un poco desconfiado, acaso pensaba que era mejor dibujante que yo, o acaso
pensaba que mis dibujos no eran demasiado buenos.
Intenté recordar su obra y la mía, sin conseguirlo. Fuera
como fuese, le comuniqué que yo ya no era un buen dibujante, que me dedicaba
más bien a la música, terreno donde no era un gran virtuoso, pero en el que
disfrutaba bastante. Mi compañero empezó entonces a justificarse, refiriéndome
que él también había abandonado el dibujo, problemas con su familia, qué sé yo…
el caso es que teníamos que marcharnos lo antes posible, para que la siguiente
clase pudiera dar comienzo.
En un periódico vi una suerte de reseña de un concierto
que habían ofrecido mis compañeros de la facultad sin mí. Me sorprendió
bastante, pues creía el grupo extinto, y no pude evitar sentir algo de envidia
o rencor. Mis compañeros siempre me consideraron muy independiente, llegué a
aprobar aquella reunión, pues en un pasado me fue sugerida pero jamás, a decir
verdad, pensé que se llevaría a cabo. Recordé un ensayo con una orquesta en el
que utilicé un acorde arpegiado distinto al que debía ser. A todos les pareció
adecuado, pero yo les confesé que estaba “enriquecido”. Esto demostraba que mis
colegas no tenían mucha idea de música, o que la percepción es, cuanto menos,
engañosa.
Dormía boca abajo y era temprano. Tenía abrazado un
peluche de Donald que además llevaba un reloj en su tripa. Era un peluche de mi
infancia y me sentía bien abrazándolo. Mi padre se despertó y me arropó, a
pesar de que hiciera calor en la casa. Había llegado mi tío y mi padre quería
que me levantara a saludarle, pero yo tenía demasiado sueño. Oí a mi madre
protestar, precisamente, con motivo de la llegada de mi tío.