4 de mayo de 2017

Guerra

Un amigo mío se había metido en políticas y discutía con una chica. Algo horrible le hacía mi amigo a la chica. En la calle, en los periódicos, la gente hablaba del suceso. Yo no sabía si leer los periódicos y hacer caso a la opinión pública, o fiarme de la gente de confianza de mi amigo, que sostenía que no había pasado nada.

Me encontraba, precisamente, con su círculo de amigos en una plaza, en frente de un hotel. El dueño me había invitado a acceder a una zona restringida para jugar al ajedrez. Antes de ascender por unas escaleras, decidí hablar con mi amigo político para intentar aclarar el suceso. Le decía que una cosa eran las palabras que pudiera haber dicho a la chica y otra los actos que hubiera podido cometer en su contra. Ambas cosas estaban mal, pero en el segundo caso, era peor. Mi amigo se enfurecía, supongo que a razón de desconfiar de él.

Subía al hotel a jugar mi partida de ajedrez, donde me esperaba el dueño, encarnado en un viejo conocido actualmente fallecido fuera del sueño. Tenía un teclado electrónico y me ponía a tocar música. Otra gente se unía a una especie de jam y, cuando improvisé unos acordes, me preguntaron por su procedencia, entusiasmados. Yo les informé que eran de mi autoría.

En la calle, numerosos coches se habían puesto a colisionar entre sí. Quedaron todos encajados sin espacio de por medio, como si fuera un puzle. Pensé que era cosa de mi amigo político, que había venido la policía a por él, pero se trataba de un golpe revolucionario. Nos ordenaron que cerrásemos las ventanas y mucha gente entró a refugiarse en el hotel. Cuando bajé a la planta baja, vi a los golpistas paseando por la calle, alguno lo hacía rodeado de cámaras de televisión.

Le comuniqué al dueño del hotel que agradecía su hospitalidad, pero que debía encontrar la manera de llegar a mi casa y ver qué había ocurrido con mi familia. Así pues, salimos por la trasera y vimos que había comenzado una guerra. Algunas mujeres con velo corrían delante de nosotros. No veía la manera de esquivar los tiroteos, aunque aquella segunda guerra, la de la parte de atrás del hotel, parecía que no iba con nosotros.


 

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