Diseñaba una especie de esfera en 3D con agujeros de tal
forma que no le entrara agua para lo cual, establecía un complejo sistema de
rampas.
En clase de Historia, quizá de Filosofía, leía un grueso tomo en voz alta. Llegaba a una cifra numérica bastante extensa, que estaba garabateada, y no conseguía pronunciarla de corrido. Un compañero saltaba a corregirme, pero lo hacía mal, y yo le increpaba. Si vas a corregirme, por lo menos hazlo con corrección. Acto seguido, le mostraba los garabatos para que comprendiese la dificultad de mi lectura.
Había, en la última fila de pupitres, un alumno vestido de rosa fosforescente que era hincha del Real Madrid. El alumno en cuestión comenzaba a golpear al profesor. Toda la clase se convertía en un tumulto hasta que otro alumno consiguió reducir al de rosa.
Hubo, a raíz de este suceso, un consejo escolar donde se
acordó que el alumno de rosa sería duramente castigado, pero la clase prosiguió
en los mismos términos. El profesor, magullado, hizo frente al alumno y le dijo
que ya no se mostraba tan valiente a la vista del castigo. Sin embargo, todo
presagiaba que el profesor iba a ser nuevamente violentado.
Desde la playa, intentaba acceder a zonas más altas, para lo cual atravesaba una suerte de urbanización cargado de bártulos, siguiendo a dos chicas. Llevaba conmigo un cubo y una pala en la mano derecha y, en la izquierda, posiblemente una silla plegable y una sombrilla.
Trepábamos por un toldo hasta una habitación, y allí apercibimos que no se podía seguir la marcha. Un patio interior nos cortaba la salida. Cautivó mi atención la cama de la habitación, que había llenado de arena y en el toldo, que era nuevo y temía que al encaramarme por él fuera a romperse.
Las chicas se habían citado en aquella casa a la que habíamos accedido con otra gente, de modo que continué en solitario con mi caminata a través de las zonas comunes. Gracias al móvil, una vez más, me pude orientar.