Entraba a trabajar en un cine y una señora -la esposa del
dueño, posiblemente- me explicaba el funcionamiento de las cintas de vídeo. En
principio, solo había que apretar unos cinco botones de forma consecutiva para
que la filmación se proyectara. Ocupábamos dos asientos de la última fila y
alguien del público nos invitaba a comer pipas. Yo no estaba muy seguro de que
aquello se pudiera hacer, pero si la señora comía pipas pues yo no iba a ser
menos.
La película parecía ser de la saga de La guerra de las galaxias,
y el público se mostraba bastante descontento con ella. Una vez la señora me
explicó el funcionamiento de las cintas, se marchó, y yo quedé al mando. Tocó a
su fin la proyección y el público abandonó la sala, salvo escasas personas. No
sabía muy bien qué hacer, así que busqué en el horario si había programada alguna
proyección después. Efectivamente, a las diez menos diez daba comienzo una
especie de documental sobre células.
No había tenido tiempo de fumar un cigarro, de modo que salí a la calle y comencé a fumar, pero cuando me quise dar cuenta era ya hora de iniciar la proyección. Entré a la sala a toda prisa con el cigarro encendido y lo dejé reposar en un cenicero mientras ponía las cintas en marcha. Me di cuenta de que la imagen no se veía bien del todo, así que anduve explorando el programa de vídeo y realizando algunos ajustes.
En esto llegó el dueño, para supervisar mi trabajo, y yo escondía el cigarro y el cenicero, pero el cigarro se cayó a la moqueta y temía que aquello fuera a convertirse en el origen de algún incendio.
Cuando ya lo tenía todo ajustado, la proyección se
detuvo, el publicó protestó y me las vi y me las deseé para volver al punto
donde la filmación se había interrumpido.
El dueño cogió un aspirador y se puso a recoger las cáscaras de pipas que habían quedado diseminadas. Me explicó que al cine solo iban tres clases de personas que no recuerdo, pero esas clases que citaba no eran bastante buenas. Al salir del cine, me topé con la señora y me quejé un poco de mi horario, dado que no me había dado tiempo a fumar un cigarrillo.
La señora me dijo entonces que ojalá tuviera mi horario, porque el suyo, a su parecer, era bastante peor.
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