Me hallaba en un pueblo perdido de la mano de Dios y un granjero me secuestraba. Me arrastraba hacia un cobertizo lleno de cadáveres en descomposición, plagados de hormigas.
Los muertos cobraban vida al anochecer; de día, en cambio, eran bastante tranquilos. No sé cómo ni de qué manera, logré escapar de ahí, y me dirigí hasta un parque con columpios donde unos guardias civiles estaban jugando. Les relaté la truculenta historia, pero no me creyeron. Logré que me acompañasen al cobertizo, pero allí no encontramos nada. El granjero se deshizo de los guardias civiles y a la noche, cuando volví al cobertizo, me los encontré muertos con sus uniformes ensangrentados. - ¿Veis como era verdad? - les avisé.
La familia del granjero llegó al pueblo a visitarle y me mostraron una especie de pequeña casa en varios pisos, que se asemejaba bastante a una noria de agua. Siguiendo el margen del río, llegué a una piscina termal situada en una comunidad de pisos. El presidente de la comunidad me descubrió bañándome y me increpó, pero llegamos al acuerdo de que, a cambio de sesenta euros, podría bañarme.
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