“Todas las cosas tienen en común la existencia. A pesar de
que la existencia de una cosa pueda ser distinta a la de otra (puede ocurrir en
otro tiempo, en otra categoría ontológica…) ambas cosas comparten el poseer algún
tipo de existencia. En el caso de
comparar una cosa que existe con otra no existente, nos daremos cuenta de que lo
que hemos calificado como no existente,
existe de alguna manera. Para referirnos a la nada necesitamos, al fin, algo
que lo hace aporético. Lo existente también es inexistente en alguna manera, así
podríamos referirnos por ejemplo a Dante (vivo en la memoria de algunos, muerto
en vida).
Seguidamente podríamos deducir que todo se haya
interconectado. Incluso lo más remoto. El aleteo de una mariposa en Japón puede
advertirse en Nueva York, los idealistas proclamaban la universalidad de sus
entes… No somos distintos y sería extraño pensar algo así como que existen
dos cosas que no tienen nada, absolutamente nada, que ver.
El presente es una causa del pasado y consecuencia del
futuro…”.
Cuando Sigmund levantó la vista sobre estas palabras encontró dos cosas que no tenían absolutamente nada que ver. Quiso comunicárselo
al autor del texto en aquel mismo instante pero, lamentablemente, no le conocía. Es más, ni siquiera
sabía si estaba vivo.
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