7 de febrero de 2013

Nada que ver



Todas las cosas tienen en común la existencia. A pesar de que la existencia de una cosa pueda ser distinta a la de otra (puede ocurrir en otro tiempo, en otra categoría ontológica…) ambas cosas comparten el poseer algún tipo de existencia. En el caso de comparar una cosa que existe con otra no existente, nos daremos cuenta de que lo que hemos calificado como no existente, existe de alguna manera. Para referirnos a la nada necesitamos, al fin, algo que lo hace aporético. Lo existente también es inexistente en alguna manera, así podríamos referirnos por ejemplo a Dante (vivo en la memoria de algunos, muerto en vida).

Seguidamente podríamos deducir que todo se haya interconectado. Incluso lo más remoto. El aleteo de una mariposa en Japón puede advertirse en Nueva York, los idealistas proclamaban la universalidad de sus entes… No somos distintos y sería extraño pensar algo así como que existen dos cosas que no tienen nada, absolutamente nada, que ver.

El presente es una causa del pasado y consecuencia del futuro…”.

Cuando Sigmund levantó la vista sobre estas palabras encontró dos cosas que no tenían absolutamente nada que ver. Quiso comunicárselo al autor del texto en aquel mismo instante pero, lamentablemente, no le conocía. Es más, ni siquiera sabía si estaba vivo.

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