19 de junio de 2012

Sobre lo único


Todo es único en la materia e irrepetible en el tiempo. A simple vista así parece. Lo digo porque no existen dos piedras con la misma forma ni tamaño, ni la Tierra gira siempre alrededor del Sol en el mismo intervalo de tiempo. Claro está que dos piedras pueden tener una composición similar e incluso átomos de un mismo elemento, que la Tierra siempre gira alrededor del Sol, al fin y al cabo, debido a leyes físicas inapelables. Pero cuando sostengo que todo es único e irrepetible no me refiero a las cosas en la ciencia o en nuestro pensamiento donde las abstraemos y las hacemos constantes con motivo de entenderlas.

Si no tuviéramos memoria o no supiéramos abstraer, el mundo sería más incomprensible de lo que ya lo es de por sí pues cada cosa única nos parecería distinta y no encontraríamos las características comunes con otras cosas de la misma naturaleza. Veríamos siempre un nuevo amanecer en vez de un amanecer. Y las palabras no existirían pues con ellas podemos referirnos a todas las cosas como si en un saco pudiéramos albergar el mundo. Todos sabemos que el mundo es inabarcable, que no cabe en un saco, y que la palabra mundo no contiene el mundo pero necesitamos pensarlo así.

Insisto en que todo es único e irrepetible (y en última instancia, ininteligible) porque creo que esa realidad es más definitiva que el mundo abstracto en el que habitamos como seres pensantes. Puede, en efecto, que nuestras ideas sean eternas pero nosotros somos finitos y limitados por nuestra misma condición de únicos e irrepetibles. Lo que al final constituye la esencia de uno son todos los detalles, toda su singularidad producto de unas circunstancias concretas y entremezcladas de tal forma que nunca en toda la Historia se volverán a repetir. Esto es lo dramático y a la vez fascinante de la existencia, es la eterna linealidad de la vida que sólo podemos contemplar sin ánimo de entender.

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