19 de febrero de 2012

Carnavales

Cuando era pequeño y tenía menos uso de razón del que ahora poseo recuerdo que lo que más me gustaba en el mundo era disfrazarme. Creo que de alguna manera ensayaba para la función que más tarde habría de representar, con más o menos acierto. Ortega decía algo parecido a que la vida es un continuo hacerse y deshacerse, ser y dejar de ser. Todo hasta el punto que seamos puro recuerdo, eso, en el mejor de los casos. 
Entre mis proyectos de disfraces incluía a veces algunos en los que mi condición sexual era levemente dudosa pero las directrices de mi madre-sastre evitaron posibles incómodas confusiones entre los destinados a verme disfrazado. 

En fechas como la presente, cuando observo la algarabía de cierta edad disfrazada con motivo de los carnavales no puedo evitar sentir una especie de vergüenza ajena. Utilizo la cursiva para matizar la frase, porque no es cierto que el asunto me sobrecoja en gran medida. Sé que es extraño pero así resulta. Pienso que el disfraz que elegimos tiene mucho que ver con nuestra impronta y estoy prácticamente seguro de que quien se disfraza de una forma en su vida también contiene aspectos de este disfraz. El disfraz desinhibe y cumple con el sueño de adoptar caracteres de otra personalidad. Pero una personalidad no del todo distinta a lo que ya somos. Al mismo tiempo que nos oculta, nos revela.

Tengan cuidado con lo que se disfrazan en estos días pues puede que ese disfraz les descubra parte de su devenir futuro o aspectos íntimos ocultos que en un momento dado pueden abochornarles. Presten atención a los disfraces y saldrán al encuentro de cosas sorprendentes. 

Ah, y sean felices mientras puedan, cosa que también es importante.

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