El paseo por la ciudad es, a mi ver, una impostura, todo lo contrario que vagar por el medio natural donde el acto parece envuelto de cierta espiritualidad. Esto ya lo he dicho en otros sitios pero no me importa repetirlo nuevamente. Las calles son vías que pretenden organizar y pautar los desplazamientos y esto las hace ciertamente incómodas. Entiéndase, son muy cabales los órdenes planificados, pero a veces nuestras necesidades no son, por decir, siempre prácticas y cabales. Lo que quiero expresar es que quizá sea lo más práctico vivir en un cuadrado donde cada cosa está en su sitio –valga la aproximación– pero a lo mejor uno se siente más a gusto, por poner, en un óvalo. Lo característico de aquel cuadrado es que será siempre eso mismo, un cuadrado, mientras que el óvalo puede convertirse en círculo, o en huevo, esto es; que no tenemos que conformarnos con adaptarnos a un sitio cuando el sitio puede adaptarse a nuestro pensamiento. Los efectos y las formas del ambiente geográfico repercuten directamente sobre las emociones del individuo y el comportamiento de las personas. Esto ya lo advirtieron, entre otros, los situacionistas, elaborando propuestas de lo que se hoy consideramos un urbanismo alternativo. Si vives en un cuadrado probablemente acabes pensando de forma cuadrada. Estos situacionistas eran unos personajes ciertamente entrañables que no querían vivir en cuadrados ni andar las calles para ir de casa al trabajo, del trabajo al centro comercial y del centro comercial a casa. En este sentido, me imagino la vida de un antiguo romano viviendo en una de sus antiguas ciudades, todo lleno de cuadrados del mismo lado y de calles de la misma medida, algo así como vivir en el ensanche de Barcelona o en cualquier otro sitio donde nuestros queridos urbanistas colocan un papel cuadriculado y dibujan un tablero de ajedrez. Si pensamos cabal y prácticamente es imposible perderse en uno de estos lugares por la sencilla razón de que todo está, en apariencia, más ordenado, pero lo artificial de este hecho convierte la geografía en un laberinto. No importa cuánto has andado, siempre te parecerá estar en el mismo sitio porque todo es igual. En el sentido opuesto estarían quizá esos antiguos palacios persas con su sistema de apadana, un complejo ingenioso de tapices corredizos que convertían el edificio en un espacio multifuncional y adaptable a capricho. Si el jerarca se levantaba ese día de buen humor corría los tapices y celebraba una fiesta en un gran salón y, si acaso venía su primo a visitarle, pues le preparaba una habitación. A simple vista puede parecer una mera cuestión de espacio, pero es, como digo, mucho más; la concepción de un espacio va ligada al pensamiento.
La mayoría de los espacios de la ciudad son vías de tránsito, no de estancia. Quedarse parado en la ciudad es difícil pues no sólo hay pocos lugares destinados a tal fin sino que el hecho de pararse parece suponer un retroceso en la ferviente actividad productiva. Esta actividad gobierna el trazado de la ciudad. No sé si viene a cuento o no, el caso es que el otro día visité el blog de un colectivo artístico cuyo nombre no recuerdo y descubrí a un señor tumbado en medio de la calle. Supongo que algo de todo esto le vendría a la cabeza. Un aspecto particularmente molesto de aquella relación tránsito-producción es la sobreabundancia de carteles, letreros luminosos, simbología... estos mensajes son de todo tipo; indicativos, informativos, publicitarios, comerciales e incluso personales y hasta subversivos. Por norma general son grandes para que se puedan ver desde cualquier sitio y cortos para que se puedan leer con prisa y sin esfuerzo. Unos mensajes que tenemos la obligación de ver y a los que no podemos contestar, la analogía con la televisión, en este caso, me parece clara. La única diferencia con la televisión estriba en que tú puedes apagarla y no verla mientras que toda la parafernalia a la que me refiero es imposible evitarla. En algunos sitios se ha tratado de regular este fenómeno y las propuestas han sido varias; desde la ciudad de São Paulo, donde se ha suprimido toda publicidad, hasta Madrid, donde el gobierno habilitó no hace demasiado tiempo unos polémicos espacios especialmente concebidos para ubicarla. El clásico conflicto de los gobiernos contra el graffiti es otro ejemplo de lucha contra la contaminación visual que, ya digo, puede ser varia y diversa.
Mi propuesta se centra en alterar este tipo de realidades como respuesta a aquellos mensajes. En principio, estoy tomando fotografías de letreros y cambiando el orden de las letras para formar nuevas palabras en un juego más o menos poético pero sin descartar la posibilidad de intervenir directamente sobre los carteles, siempre y cuando dicha intervención fuera respetuosa.