Volvía a un bar en el que estuve trabajando, ahora a cargo de otros propietarios. No creo que me contratasen, aún así, empecé a desarrollar labores de camarero. Había en el local otros camareros y todo parecía indicar que, pese a que el negocio fuera el mismo, las rutinas de trabajo habían cambiado.
Recuerdo que empezaban a entrar clientes y no tenía manera de anotar los pedidos, de modo que un compañero me facilitó una minúscula libreta de comandas. No quise abusar de su confianza, de modo que, en vez de llevarme la libreta entera, tomé prestado solo un pequeño taco de hojas. Era realmente difícil anotar los pedidos en aquella libreta, dadas sus dimensiones. Acabé evitando la libreta y escribiendo en las mismas cartas, trabajosamente. Las cartas en cuestión tardé en encontrarlas, aunque dudaba seriamente que en aquel descuidado negocio las tuvieran en cuenta.
Un cliente me pedía un café con leche. Me dirigí a la cocina a prepararlo, pero la máquina de café no funcionaba y la cocinera preparaba café con una cafetera italiana que tardaba demasiado. Cuando el café estuvo listo,lo inundó de nata montada y toda la taza de café quedó cubierta encima de un plato. Iba a sacar el café a la terraza cuando uno de mis compañeros me advirtió que aquel brebaje inundado de nata no era apto para su consumo. Razoné con la cocinera y le hice ver que aquel no era el café con leche que el cliente había pedido. Preparó otro en su lugar.
El sueño cambió de ubicación en algún momento, y me encontré en un edificio gubernamental, quizá en una biblioteca. Buscaba un ascensor para acceder a las plantas superiores, pero ninguno estaba operativo.
De vuelta al negocio, en un lapso, un hombre pasó al baño sin consumir. Valoré que, como yo no era ya encargado de aquel negocio, lo que hicieran los usuarios no debía afectarme. Estuvo presente esta mezcla entre justificación y responsabilidad en prácticamente todas las acciones que emprendía.
En la terraza, las mesas estaban desordenadas y la gente empezaba a agolparse. Muchas mesas se mezclaban con las del local anexo de la competencia, con clientes confundidos.
Cuando empecé a trabajar en el local, había muchos camareros, de tal modo que a penas me veía obligado a intervenir, sin embargo en aquel momento del sueño estaba prácticamente solo en la terraza. Empecé a tomar notas con agobio, pero no dominaba la carta y, en suma, los clientes parecían ser difíciles. Una clienta de un grupo numeroso me pidió dos raciones de patatas y algo más que no llevaba coste. A la defensiva, me preguntó si había algún problema con el pedido, a lo cual respondí que en absoluto, que volvería a la mesa cuando el resto de sus acompañantes tuvieran claro el pedido.
Saltaba de unas mesas a otras sin obtener buenos resultados hasta que la puerta mecánica del local se cerró mientras sonaba una alarma. El interior del local se había llenado de comensales y, cuando esto ocurría, la puerta se cerraba para no aceptar más clientela.
Un hombre excepcionalmente alto forzó la puerta y la dejó abierta, penetrando en el local, rompiendo el mecanismo.