En el sueño de anoche estaba alistado en una suerte de pelotón militar que recorría varios pueblos en tren. Constantemente me preguntaba qué hacía en aquella guerra y trataba de engañarme pensando que mis capacidades ayudaban al desarrollo de la misión, cuando era bastante probable que no fuera así.
Atravesábamos algunos pueblos de la costa, industriales y bastante feos, hasta que llegamos a uno en cuya entrada había un cementerio. Este último lugar en cuestión tenía su encanto y encontramos árboles con flores moradas. El tren reducía su marcha a fin de que pudiera alzar la mano y alcanzarle al maquinista alguna de estas flores.
Ya en el centro del pueblo, vimos a unos jóvenes que no iban vestidos de militares, sino con uniforme escolar. Uno de ellos iba a alistarse en el pelotón y teníamos que llamar a su portal. Me entretuve en examinar el escaparate de una inmobiliaria. Había expuestos algunos anuncios de pisos. El local era viejo pero, a su vez, el negocio era moderno y dentro había proyectores, aparatos de iluminación y enormes altavoces.
Mi padre entró en el negocio, puesto que él conocía su funcionamiento ya que hacía bastantes años había trabajado ahí. Había una caja bastante grande en el centro del local, como un gigantesco escenario en cuyos flancos colgaban cables y micrófonos. Mi padre cogió un xilófono y se puso a tocarlo para poner en funcionamiento aquella maquinaria gigantesca. Al poco yo le acompañé tocando otro xilófono y, en cuestión de minutos, todo el pelotón estábamos tocando una sinfonía de xilófonos.