Un joven alumno de la facultad pedía mi ayuda dado que un compañero suyo no había trabajado lo suficiente en el centro. Para pasar de curso, yo le prestaría algunas de mis composiciones musicales y el compañero se encargaría de maquetar una página web donde alojarlas. Recuerdo buscar archivos de música en el ordenador, en un lioso listado, y localizar un par. No eran los mejores y algunos estaban separados por pistas. El primero de ellos contaba con un solo de batería y el segundo con una batería, una guitarra rítmica y una flauta que inicialmente estaba muteada. La página que estaba maquetando el alumno era un Myspace y yo le advertí que el profesor de la facultad podría detectar que los temas eran, en realidad, míos, puesto que estaban registrados.
Mi hermano y yo acudíamos a una pastelería. Mirábamos el escaparate desde fuera y a través de la megafonía las dueñas nos advertían que, si queríamos comprar algo, habíamos de darnos prisa y entrar en el local puesto que iban a cerrar. Una vez dentro, las dueñas nos mostraron algunos platos. Llamó mi atención un plato de tejas, parecían crujientes y deliciosas y algunas de ellas llevaban un recubrimiento de chocolate. Para vendernos los platos, una de las dueñas nos sugería que podría bajar el precio, lo cual no me parecía justo puesto que, según alegaba, ella tenía libertad de poner el precio que quisiera y nosotros teníamos la libertad de comprar o no.
En un colegio, caminaba por varias clases vacías y pasillos. Algunos pasillos tenían cables eléctricos atravesándolos y debía pasar por debajo de ellos a fin de avanzar. No debía estar en aquel colegio o, de cualquier manera, no debía de pasar por aquellas zonas en obras. El joven alumno me advirtió que la policía me estaba persiguiendo, pero los agentes no cruzarían la zona de cables.
Hacía surf con bolas de bolos. Al atardecer, los surfistas se retiraron de la playa y era más difícil encontrar bolas de bolos con las que practicar surf. Buscaba en la playa bolas abandonadas, pero solo veía colchonetas transparentes y canoas enterradas en la arena. Las olas, además, ya no eran tan grandes como lo fueron antes y me encaminaba hacia un extremo de la playa donde todavía llegaban algunos rayos de sol y el agua era caliente y cristalina, sobre una arena blanca.