12 de abril de 2022

El tíquet

Quedaba con un amigo en un centro comercial y ocupábamos las mesas exteriores de un restaurante. Servía un chorizo vegano en la mesa y mi amigo me prestaba una taza con la llama de un mechero en el fondo, para cocinar. La llama se apagaba a veces debido a la humedad, pero fui capaz de calentar el chorizo. Pregunté a mi amigo si acaso había advertido que era un chorizo vegano, a lo cual me respondió afirmativamente, pero aún así reconoció que estaba muy logrado. Y es que el chorizo había quedado crujiente como si se tratara de unas deliciosas patatas fritas. Tiempo después de comerlo dejaba en la boca cierto sabor especiado.

Otro amigo se acercó a nuestra mesa, junto con otros compañeros, y empezaron a picar del chorizo vegano. En un momento dado se llevó el alimento a su mesa, y yo tuve que reclamarlo. Cuando me dirigí a su mesa, vi que este otro amigo había tratado de llenarse la boca de demasiado chorizo, pero lo había regurgitado de manera que, el alimento sobrante que había conseguido rescatar, se encontraba en estado humedecido y había perdido el crujiente.

 

Mis padres se habían ido de viaje y yo tenía que hacer compra, de modo que mi amigo me acompañó a un Carrefour sito en el mismo centro. Observé que los huevos viajaban por unos carriles de aluminio por encima de las cajas, ingenio que me pareció pertinente pues así, fuera del contacto con otros alimentos, evitaba contaminarlos.

Era tarde, daban las nueve ya, con lo cual el Carrefour iba a cerrar, pero nosotros seguíamos comprando. Mi amigo me dijo que no me preocupara, que él acostumbraba a hacer la compra a aquellas horas y el Carrefour aguantaba abierto un poco más. Recuerdo también que mi amigo compró algo de jamón envasado y yo hice lo propio con algo de salmón. En la cola había bastante gente, disponía de tiempo para introducir algunos últimos artículos en el carro. Vi algunos huevos, pues no quedaban muchos y, los que quedaban, la mayoría estaban rotos o manchados. Sopesé comprar huevos, pues falta me hacían.

Llegamos a la caja y mi amigo y yo habíamos separado nuestras respectivas compras en el carro. Mantuvimos también esta separación en la banda magnética y, una vez registrados los artículos, pasamos a colocar la compra en el coche. Finalmente debí haber comprado cuatro huevos, que llegaron limpios a la caja gracias al sistema de carriles de aluminio, que además de transportarlos también los lavaba escrupulosamente. Guardé los huevos en un cubo transparente con agua que tenía en el maletero, de tal forma que unos no colisionaran con otros. Sin embargo, uno de los huevos se había dañado y estaba derramándose su contenido. Tuve que deshacerme de él para que no contaminara el resto.

 

Mi amigo estaba teniendo problemas para pagar con su tarjeta, y se ofreció a pagar en metálico. Yo no disponía de suficiente dinero en metálico, de modo que me ofrecí a pagar las dos compras con mi tarjeta. Pero mi tarjeta tampoco iba a funcionar a menos que le dijera el PIN a la cajera, cosa que mi amigo se había negado a hacer. Me pareció arriesgado publicar mi número secreto de aquella forma y me preguntaba por qué yo mismo no podía teclearlo en el terminal.

En suma, los clientes que llegaban detrás de nosotros parecían estar pendientes cuando publicaba mi PIN, asunto que no me proporcionaba ninguna tranquilidad. La cajera tecleó el número y me extendió un justificante. Revisé la compra en el justificante, pero este estaba cortado por la mitad y no detallaba ni los artículos ni el importe, cosa relevante dados los contratiempos a la hora de pagar.

Exigí un tique en condiciones y la cajera me acompañó al mostrador para, con ayuda de mi tique roto, sacar uno nuevo completo. Un señor calvo y con bigote me atendió mientras la cajera trataba con otra dependienta. – Viene a protestar – me avisó el hombre, y pasó a extenderme una hoja de reclamaciones rellena con anterioridad por mi novia, pero sin firmar. Yo había de firmar la hoja y el hombre se quejó de que mi novia protestaba mucho. Le repliqué que así nos complementábamos, pues yo no protestaba nada, pero en esta ocasión me veía en la obligación de hacerlo.

El hombre parecía amable y escuchó pacientemente el relato de mi compra. Le especifiqué que mi amigo y yo habíamos realizado compras separadas, pero no acertaba en el uso adecuado de las palabras y el hombre me ayudó con la expresión de la compra que “correspondía a cada uno”. Pensé que la labor del hombre era que los clientes se desahogaran narrando sus quejas sin que estas fueran realmente resueltas y, en modo cierto, yo me sentí mejor transmitiendo mi relato. Al final me proporcionaron una factura detallada, lo cual resolvía el incidente y, tras despedirme de los trabajadores, pasé de inmediato a examinarla.

 

La compra había costado alrededor de ochenta euros, una cifra elevada, de modo que mi plan de invitar a mi amigo me pareció un tanto generoso, así que le reclamaría la mitad de la factura. Observé que el jamón que había comprado le había salido gratis por ser “residente”.

Buscaba a mi amigo y el coche, pero había abandonado el Carrefour por un lugar distinto del centro comercial y me veía obligado a dar la vuelta a todo el recinto, atravesando un parquin subterráneo. Escribía mensajes a mi amigo a través del teléfono móvil para informarle de mi ubicación. Me encontraba en aquellos momentos atravesando una zona pintada de amarillo.

Finalmente, en la calle, mi amigo apareció, pero sin el coche ni la compra. Le expliqué que esperaba que fuera a presentarse con el coche para recogerme y que por eso me había sido más difícil reconocerle en primera instancia. Claro que era mi coche y no tenía mucho sentido que mi amigo lo condujera a menos que le hubiera dejado las llaves, cosa que no hice.

No sin cierta dificultad, di con el camino de vuelta y juntos fuimos a por el coche. Aproveché para preguntar a mi amigo por qué el jamón le salió gratis, pero no ofreció demasiadas pistas. Deduje que alguien de su familia trabajaba en la empresa cárnica y ese era el motivo que no me quería detallar.

En un taller estaban limpiando coches blancos, había una especie de reunión y yo descorría unas cortinas de plástico para ver su interior y comprobar que ahí no estaba mi coche.