Tenía un equipo de sonido en la buhardilla de mi antigua casa, con unos altavoces viejos conectados a una vieja minicadena. Mi hermano me invitaba a deshacerme de ellos, para lo cual dispararíamos una pistola a los altavoces. Me preguntó cuantas balas necesitaríamos y yo no sabía con certeza, calculando, en principio, unas diez. Mi hermano cargó una pistola y, aunque diez balas eran muchas, el carrete no quedaba completamente lleno de modo que las balas se alternaban con espacios vacíos.
Cuando disparaba a los altavoces, notaba que la pistola se atascaba o no disparaba como debiera. Aún así, causamos algunos daños al equipo de música. Por alguna razón que desconozco, posteriormente quise hacer uso del viejo equipo de música, pues ahora me parecía útil. Lo encendí con la esperanza de que las balas no le hubieran causado mayor destrozo, en vista de que la pistola no había funcionado bien, pero el equipo emitía un ruido blanco desagradable y pronto noté agujeros incompatibles con un buen funcionamiento.
Recuerdo enfadarme con mi hermano pues la idea de destruir el equipo de música había sido suya. Ahora lo necesitaba puesto que mi nuevo equipo, que estaba en mi cuarto, también estaba dando problemas. Todo esto lo interpreto a posteriori como un aviso de conservar las cosas viejas puesto que nunca sabes cuando te pueden volver a hacer falta.
En el sueño, visionaba una película en un cine de grandes dimensiones. Se trataba de un edificio de ladrillo lleno de butacas, muchas de ellas vacías. En algún momento, daban un aviso para que, quienes no hubieran comido todavía, fueran a hacerlo a una especie de comedor de colegio. Temí quedarme sin comer y, abandonando el edificio del cine, encontré a un antiguo compañero de la facultad que también acudía tarde a comer. Me pareció en cierto modo que, aquel compañero, al igual que yo, éramos un poco fracasados.
De camino al comedor, me di cuenta de que había perdido mis zapatillas, debí descalzarme en el cine. El compañero me señaló unas zapatillas negras tiradas en medio de la calle, pero ni eran la marca de las mías (esas eran Adidas, las mías eran New Balance), ni tampoco parecía que fueran a ser mi número. Así, ir descalzo o calzado con las Adidas no parecía una buena opción y era algo que ciertamente me incomodaba.
De vuelta al cine, me perdí por algunas calles y juzgué que, a pesar de la buena orientación que había tenido siempre, empezaba a notar la mella del paso del tiempo y algún día, cuando fuera anciano, aquellas situaciones de desorientación serían más habituales. En la búsqueda del cine por las calles, descubrí que algunas eran peligrosas. Así, en un patio entre edificios, un vigilante espantaba a unos maleantes con un listón. Había aparcado un coche con caparazón de tortuga que parecía propiedad del vigilante. A pesar de la peligrosidad, confiaba en mi rapidez y previsión para escapar en caso de emergencia.
Al llegar a una suerte de cobertizo, algunos perros empezaron a ladrarme desde detrás de una alambrada para evitar que invadiera su espacio. Subí a un ascensor extraño, con una mampara de cristal que me permitía ver lo que había en el exterior mientras permanecía recostado en el sentido contrario de la marcha. Fuera el ascensor recorriendo calles costeras. Algún ciclista y otros perros se aproximaron al ascensor mientras marchaba.
El viaje concluyó en una serie de negocio del desierto, donde un padre y su hija regentaban una especie de cafetería cuyo producto era trabajado por locales. Probé el café, que no era exactamente café, sino una suerte de espuma avainillada con un sabor realmente agradable. De las mejores cosas que había probado. La hija estaba aprendiendo de los locales a preparar aquel brebaje. Pedí matrimonio a la hija y esta me daría respuesta al día siguiente.