27 de enero de 2024
8 de enero de 2024
Esenciales
Paseaba por el centro de Madrid y, al final de la calle, atisbaba un edificio con banderas y camisetas de fútbol colgadas en los balcones. Pensaba que el fútbol era como una religión que arrastraba a la gente y que en cambio el arte era algo bastante más minoritario e impopular.
Unos hombres de raza negra empezaban a descolgar aquella ropa y paseaba por los aledaños de aquel gran edificio que parecía una nave industrial ocupada. El edificio no tenía cristales en las ventanas y algunos huecos habían sido tapados con bolsas de plástico negras. Al encontrar más inmigrantes y la zona un poco más degradada, decidí cambiar de ambiente, no fuera a ser peligroso.
En una de las partes del edificio había inmigrantes viejos reunidos, y esto me llevó a suponer que los inmigrantes tenían organizada un tipo de sociedad clandestina en aquel gueto.
Todavía deambulando por las calles, ya en busca del metro, encontré a varias personas vestidas de sanitarios, esto es, con un pijama verde, los guantes y las mascarillas. Por lo visto ahora permitían a los sanitarios ir con su uniforme de trabajo por la calle, un derecho que les había costado mucho conseguir.
Un enfermero joven estaba buscando su puesto de trabajo en el hospital, para lo cual le habían indicado un número al que tenía que dirigirse. Sopesaba ayudarle, pero me daba cuenta de que el número que tenía apuntado podría no coincidir con los números verdaderos de los portales. Era muy posible, en suma, que el sanitario tuviera que ir al asentamiento de los inmigrantes.
Reflexioné sobre la labor de los sanitarios, siempre en los peores lugares.
- Ahora somos esenciales – me dijo el sanitario novato, refiriéndose a la pandemia. Yo le dije que eso no había cambiado, que siempre habían sido esenciales.
7 de enero de 2024
4 de enero de 2024
3 de enero de 2024
El abrigo de pelos
Mis padres me decían que tendría que quedarme hasta por la noche a arreglar aquel desaguisado, pues los pelos también se habían caído por los suelos de mi antigua casa y era difícil barrerlos sin dejar rastro. Argumentaba que había pasado mucho tiempo despeluchando el abrigo, que continuaría al día siguiente, puesto que por la noche quería disponer de algo de tiempo libre.
Al final, accedí a pasar la noche restaurando el abrigo, pero entonces mis padres cambiaron de opinión y me aconsejaron que fuera a descansar.
Mi madre me decía que, de pequeño, siempre había buscado el cobijo y la sombra de las casas. Reflexioné sobre ello y me di cuenta de que, sobre todo en verano, sí era cierto que tendía a refugiarme en los espacios cerrados, más frescos y sombríos, como la antigua casa de mis primos.