27 de diciembre de 2020

Halcón viajes

Chateaba con un viejo compañero de la facultad y, en medio de la conversación, me aseguraba que eso que él decía, lo secundaba también B. Yo me preguntaba quién era B y B resultaba ser Beatriz, su novia. Nos encontrábamos en mi antigua casa y la pareja nos preparaba una sopa de zanahoria. La zanahoria parecía cruda.

Viajaba en el metro con mi novia, con destino hacia las islas Canarias, donde nos esperaban mis padres. El metro era laberíntico y confundo este sueño con otro de una estación o un aeropuerto de interminables pasillos amarillos, donde subíamos y bajábamos escaleras mecánicas y nos confundíamos de avión o de andén[1]. Debíamos consultar en el móvil si el hotel estaba situado en la isla a la que llegaríamos.

El tiempo avanzaba inexorablemente y temía que mis padres fueran a enojarse. Atravesábamos torniquetes, pasos elevados y zonas con paredes desconchadas. Descubrimos que el hotel, en efecto, estaba en la isla de Gran Canaria, pero el metro, desgraciadamente, no llegaba hasta allí. Consultaba entonces un mapa en tres dimensiones de las islas a través del móvil y me parecían distintas a como las recordaba.

Tuvimos que salir a la calle y allí buscar una oficina de viajes. Era ya algo tarde y las oficinas habían cerrado. Solo quedaba una oficina abierta de Halcón viajes, en la que, antes que nosotros, había entrado una pareja, con lo que habíamos de esperar. Era posible que cuando entráramos no quedaran billetes. En la puerta de la oficina observé una inscripción que rezaba algo muy parecido a:

 De lo público lo social y de lo social lo privado.


[1] Efectivamente, queda recogido en el sueño de La barandilla

14 de diciembre de 2020

Los vecinos músicos

Anoche soñé que unos vecinos músicos dejaban en frente de mi casa un contrabajo desvencijado. Al dejarlo, un hombre se quedaba observándolo y dudaba sobre si se lo iba a llevar. Finalmente, cuando este hombre se alejó, guardé el contrabajo en mi casa. Posteriormente los músicos volvieron a dejar un trombón viejo, pero en esta ocasión se lo llevaron y, después de eso, volvieron a dejar un trombón que no había visto antes, bastante moderno en esta ocasión, con forma completamente recta y un tubo de plástico rosa en su extremo. El procedimiento fue el mismo; un hombre se quedó mirándolo hasta que decidió marcharse, y yo procedí a guardar el instrumento en mi casa. Había de restaurar el contrabajo y de limpiar el trombón. Mi madre me advirtió sobre el uso de agua caliente y con presión, por si se me quemaban las manos. 

Parecía que los vecinos músicos tenían intención de reconciliarse con nosotros, de ahí los regalos, y estábamos aguardando su visita. Era como si la música fuera a hacernos amigos. El contrabajo era de la marca Yamaha y los músicos nos informaban de que se trataba de una marca muy seria, pero que había divertido a mucho público. Los músicos daban clase en una escuela y me explicaban los sonidos del contrabajo, que se asimilaban a los de los elefantes. 

Algunas chicas de raza negra se saludaban y para ello debían hacerlo sin tocarse los pechos. Un chico jugaba al fútbol y era especialmente habilidoso. Me encontraba en la terraza de un hotel restaurante en compañía de una chica de los músicos, que estaba pensando en casarse con el talentoso futbolista. Una amiga le recomendaba que no se obsesionase con la boda, a lo que la músico alegaba que cómo no iba a casarse con ese chico si era un completo desastre. 

Un niño, para pedir algo en la terraza, me preguntaba qué era el ánodo y el cátodo, y cómo se dividía un átomo. No le ofrecí mucha información al respecto y pedía una suerte de tarta de limón. Observaba lo que se había pedido la amiga de la músico: un café con limón que tenía mejor pinta que mi tarta. No obstante, mi tarta resultó bastante aceptable. Una señora algo mayor y con algo de sobrepeso nos atendía, vestida de sirvienta. Su jefe la llamaba para comunicarle que había de trabajar el puente, cosa que a la señora le pareció bien porque le gustaba trabajar, igual que a la músico casarse.