Me encontraba en un alfeizar tratando de subir, a pulso,
una gran olla llena de aceite. Una antigua compañera de la facultad me advertía
sobre lo difícil de aquella maniobra y los peligros de caer detrás de la olla
al piso inferior. La olla, al fin, acabó en el suelo y, el aceite derramado,
hacía que bajar de aquella alta ventana fuera aún más difícil. Me prestaban una
escalera, pero yo no sabía muy bien cómo colocarla.
Estaba tratando de convencer a alguien que, en cierta ocasión, había ido nadando desde mi casa al centro de Madrid, empezando por tomar el Canal de Isabel II y llegando al río Manzanares. Hasta a mí mismo me parecía algo bastante improbable, pero, al acudir a mi memoria, pude revivir un sueño anterior en el que, efectivamente, lograba ejecutar aquella proeza.
El resto del sueño lo pasaba intentando recordar el citado sueño anterior, cuestionando algunos pasajes y reinventando algunos detalles, como que mi casa estaba al lado de la costa, que tenía que atravesar presas y saltos de aguas y que, en el Manzanares, cogía una barca.
Asimismo, algunos tramos de aquel camino de agua los recuerdo bastante sucios y contaminados, asunto que me desagradaba tanto a mi como a las personas a las que trataba de convencer que había transitado aquel recorrido de aquella manera.