Anoche soñé que viajaba a EE. UU. Con mi novia. Visitábamos
un Burger King, que estaba lleno de inmigrantes que hablaban español. A la hora
de pagar, mi padre aprovechaba unos dólares que tenía en la tarjeta de crédito.
Nos cobraban alrededor de 130 dólares por unos menús, cosa que me pareció
excesiva, pero con el cambio igual salía bien de precio.
Hacíamos algunas excursiones por los alrededores, que
eran bastante pintorescos, pero nada demasiado fuera de lo común. Planteaba la
posibilidad de ver cosas más interesantes, pero, por algún motivo, quizá por
temor a extraviarnos, no podíamos alejarnos mucho del hotel. Propuse entonces
configurar una hoja de ruta en los días siguientes, y mi novia y su hermano me
dijeron que tampoco era cuestión de tenerlo todo planeado. Objeté que todo,
todo, no, pero sí por lo menos realizar un esquema para regular nuestras
visitas.
Caminábamos por la vereda de una carretera y procurábamos
no cruzarnos con gente que hacía deporte a razón del coronavirus. Corrían tan
rápido como si fueran en coche. Llegábamos hasta un gran río y no pudimos
continuar la marcha. Recuerdo lanzar una piedra arenosa a las aguas. Allí, en
EE. UU. Los ríos eran bastante grandes, así como las montañas.
Dábamos una vuelta por la ciudad, y veíamos un
rascacielos futurista y vidrioso que estaba comunicado con otro, formando un
arco por encima de la carretera. Subíamos a un ascensor para visitarlo. Éramos
cuatro en el ascensor e íbamos un poco apretados. El ascensor describía la
curva del arco de manera que iba inclinándose a medida que ascendía. Los pisos
pasaban bastante rápido. Me di cuenta de que no íbamos a coger altura con el
ascensor, sino a volver a la primera planta describiendo el arco, por lo tanto,
no podríamos sacar fotos panorámicas.
Llegábamos al hotel y el camino hasta él estaba lleno de musgo. Levantaba un poco el musgo para dejar al descubierto el antiguo pavimento. Había allí alguien que estaba interesado en que aquello se restaurara y volviera a lucir como en tiempos pretéritos.