Anoche daba una vuelta en compañía de una amiga por una isla. La isla no era demasiado grande y en poco tiempo se la podía rodear. Mi amiga andaba hablando con colibríes que se entretenían entre plantas frondosas. Había quedado con ellos a una hora determinada para desvelar una suerte de misterio. Durante el paseo, logré que un colibrí se posara en mi dedo, pero el ave no hablaba y todavía no era la hora acordada.
En la playa, había bastante oleaje y tomaba un baño. El tiempo era muy tormentoso. Mi amiga y yo nos desplazábamos hasta un puerto. Allí, embarcábamos en una lancha rápida. Creía que aquella lancha no era como la que buscábamos (ignoro, a ciencia cierta, cómo era la lancha que buscábamos), y entonces salimos rápido del puerto. Mi amiga me señaló que de seguir dudando sobre si aquella lancha era la adecuada, podría hacer el examen de la arena negra a fin de salir de dudas. Tampoco sé en qué consistía dicho examen.
Navegábamos muy rápido y tenía miedo de que colisionáramos contra algún objeto. Quedaba claro que aquella lancha no estaba diseñada para dar un paseo, sino para tener que estar prestando cuidadosa atención constantemente, cosa que debía hacer yo mismo, puesto que mi amiga no estaba para nada pendiente del timón.
Se acercaba la hora de ver a los colibríes y me vestí de negro, con una larga capa. Íbamos saludando al resto de los paseantes y, en general, haciendo todo lo que debíamos hacer para desvelar el misterio, pero finalmente los colibríes no se presentaron a la cita.
Decidimos, en vista de esto, seguir haciendo turismo por la isla. Sugerí a mi amiga ascender por unas escaleras en miniatura que había entre unas casas también en miniatura, dado que ese lugar lo había visto recomendado en algunas guías.